domingo, 24 de diciembre de 2023

Relato: El cazador navideño

En su balcón una ristra de luces me golpeaba su intermitencia. Rojo, luego azul, luego otro color que me importaba una mierda. Lo del portal fue fácil. Me abrió la puerta una ancianita que bajaba una enorme bolsa de basura ayudada por un carro de la compra. Yo le sujeté la puerta para que maniobrase mejor. Y se fue sin felicitarme las fiestas ni la navidad. Como tenía que ser.

Es que a mi objetivo se le ocurrió desearme Bon nadal. Yo entraba en una oficina de Correos y él salía. Y me soltó “Bon nadal!”. Así se convirtió en mi diana. ¿Quién le había dicho a este que yo quería una buena navidad? Esta puta época del año que parece que vivimos en un parque temático de chalados. Un viejo gordo y barbudo con un abrigo, pantalón y gorro rojo cocacola que se cuela en casas ajenas a regalar juguetes; renos y abetos por mil sitios (¿hay renos por España?); cientos de luces de colorines e intermitencias como los paneles de control de una central nuclear; tres señores con vestimentas árabes saludando en tronos sobre camiones cursituneados mientras adolescentes hacen llover caramelos (la cocaína infantil). Y cientos de anuncios por todos lados, sorteos para ganar dinero y tener que regalar gilipolleces por que sí. ¿Quién había montado todo esto? ¿Qué se habían fumado? No creía en nada de esas cosas y cuanto más lo pensaba menos sentido tenía. No, señor Jorge Pérez, que veía tu nombre en tu buzón, no, no quería una buena Navidad. Por lo visto vivía solo. Bien.


Eran las dos de la madrugada. Supuse que ya estaría dormido. Sería fácil entrar y matarlo mientras dormía. Pegué la oreja a la madera de la puerta. Escuché una tele lejana, pero parecía del piso de al lado. Dudaba si realmente ya se habría ido a dormir. Por fuera las luces navideñas del balcón no habían ayudado a saberlo. Pues me la jugué. Saqué mi instrumental de metales y fui trabajando la cerradura. Estuve un buen rato. La luz que sobraba en los balcones vendría bien tenerla por aquí para ver mejor. ¡Abrí! Con cuidadito empujé la puerta. Había un cierto resplandor dentro. Abrí más y miré. La casa estaba a oscuras, pero había unas cuantas lucecitas de navidad por dentro. Como si fuesen las luces indicadoras de un cine o un teatro, pude moverme por la casa con facilidad.

Parece ser que era un entusiasta de la Navidad. En el recibidor había adornos por paredes, guirnaldas y unas ristras de luces amarillas que se apagaban y encendían con lentitud. En el comedor tenía un pequeño árbol de Navidad con luces también (por supuesto) y cientos de bolas y adornos por encima de su capacidad. En una mesita al fondo había montado un belén con pocas figuritas, pero iluminado por más lucecitas. Éstas intermitían muy rápido. Eran bastante discotequeras y de muchos colores.  Un ronquido me asustó. Seco y veloz, tras de mí. Un bulto se agitaba en el sofá. Alguien dormía ahí. ¿Por qué dormía en el sofá? ¿Esperaba a Papá Noel? Escuché una puerta. Entonces apareció una luz al fondo de un pasillo. Escuché el llenarse de una cisterna. La luz se fue y la puerta se cerró. Un pipi nocturno supuse. El que dormía en el sofá sería un invitado tal vez. Era bien gordo. No era mi objetivo. Si no se despertaba no habría problema con él.

Recorrí el pasillo palpando la pared con la mano. Allí ya no había luminosa navidad. Investigué las diferentes puertas con sigilo. Ya di con la habitación. Lo malo era que muy posiblemente estuviese semi despierto. Entré poco a poco. No la vi. Le pegué sin querer un chute a una zapatilla y chocó con fuerza contra un mueble. Un armario o algo así. “¡Paaa!” sonó fuerte y seco.  La figura que estaba acostada en la cama se incorporó al momento. Salí de allí. Me metí en otro cuarto. Él se levantó. Encendió la luz. No veía qué hacía, pero supuse que andaba por la habitación investigando qué era aquel ruido. ¡Mierda! ¡Que torpe había sido!

Esperé un poco. Había apagado la luz. Supuse que se habría acostado otra vez y se dormiría pronto.  Entré de nuevo en su cuarto. Esta vez con el machete empuñado. Nada más entrar se giró hacia mí, como si pudiese verme en la oscuridad.

                —¿Papá Noel? —preguntó.

¿En serio? Este tío era un flipao. Bueno, ya daba igual. Ya me había descubierto.

                Bon nadal —le dije con tono grave.

Encendió enseguida una luz no navideña en su mesita. Encontró a un hombre gordo vestido de negro, con pasamontañas en la cara y un machete grande en su mano. Gritó un agudo gorgorito del espanto. Me lanzó la almohada. Ni siquiera me dio aquella mortal arma arrojadiza. Cayó al lado del armario, donde estaba la zapatilla chutada. Fui a por él. Lancé una acometida con mi filo metálico. Él ágilmente lo esquivó, aunque se cayó de la cama por el lado contrario al que estaba yo. Se arrastró ayudándose con los antebrazos para buscar refugio debajo de la cama. Me agaché y lo vi allí quieto. Igual creía que si no se movía no podría verle. Cogí aire. ¿Qué iba a hacer yo con este idiota? Guardé un momento el machete en un bolsillo. Agarré un lateral de la cama con las dos manos. La levanté con fuerza. Cayó de lado armando estruendo. Encontré al idiota entre cajas de zapatos, una alfombra enrollada y mucho polvo. Lanzó otro gritito que me parecían muy graciosos. Se incorporó rápido. Le hice un tajo en un hombro. Me pegó un empujón que apenas me movió. Huyó hacia al pasillo.

Comenzó a gritar y diría que también lloraba. No se entendía ni una palabra. Llegó al comedor y encendió la luz.

                —¡Que me mata! —le gritó al del sofá.

Lancé una cuchillada a su pecho pero la esquivó. Agarró una silla y la usó para defenderse. Mientras yo intentaba ensartarle, íbamos moviéndonos y dando una vuelta por el comedor. El del sofá seguía KO. Él me embistió con la silla y con un grito agudo de guerra. Me dio otro empujón y di contra el árbol. Lo tiré por el suelo, las bolas se desparramaron por el suelo. Derribé también una mesita que había con la tele. Armé un buen jaleo. Me levanté como pude. Él había cogido un paraguas grande, de esos con punta metálica. Me miró sonriendo. ¿Se creía que iba a poder conmigo con eso? Me atacó con eso. Lo intercepté con la mano, estiré de él y le clavé el machete en un lateral del vientre al acercarse. Él gritó aún más fuerte. Huyó corriendo al recibidor.

                —¡Joeee! ¿Qué pasa? —dijo adormilado el del sofá. Con los ojos achinados iba mirando que pasaba allí.

Yo fui tras mi víctima. Él tiró el belén por el suelo al correr. Estaba ya abriendo la puerta de la entrada para escapar. Lo agarré de atrás del pijama ensangrentado. Lo eché hacia atrás, cayó por el suelo rodando. Cerré la puerta de un manotazo. El idiota estaba por el suelo llorando, con una mano tapándose la herida. Me miraba con una mueca exagerada, gimoteando. Una figura llegó tras él.

                —¿Quién eres? —me preguntó.

No respondí. Estaba quieto; intentando recuperar el aliento.

                —No sé quién es, tete. Me va a matar —dijo el llorica.

El gordo del sofá se puso delante del otro, con los ojos clavados en mi y sin pestañear. Le ataqué. Su mano agarró al instante mi mano empuñada. Con la otra me arreó una bofetada con mucha fuerza. Intenté deshacerme de su presa y me fue imposible. Otra bofetada me soltó. Conseguí soltar la mano. Ataqué de nuevo. Una veloz pierna gorda se elevó y me golpeó con fuerza en el pecho. Volé un metro hacia atrás, estampándome con la puerta de la entrada. Caí de culo. Perdí el machete. Lo busqué palpando por el suelo. Aquel monstruo se me acercaba. Era fuerte y ágil como no esperaba. Decidí abandonar.

Me levanté rápido. Me agarró un brazo. Le mordí una mano y me soltó. Abrí la puerta de la entrada. Corrí hacia afuera. Bajé flechado por las escaleras. Él me perseguía. Bajé un piso y continué corriendo. Bajé otro y, al final de la escalera, me tropecé con mis propios pies. Rodé hasta el rellano un trozo pequeño. Me hice daño. Me levanté, de nuevo, y corrí. Bajé otro piso y miré hacia atrás. Ya no me seguía. No me fiaba. Seguí corriendo hacia abajo.

Salí a la calle corriendo al trote. Se me estaba ocurriendo que había perdido el machete. Estaban mis huellas. Miré al balcón. Estaban allí, de pie, mirándome. Los podía ver mejor en los instantes que se encendían las luces navideñas. ¡Maldita navidad! De momento había que huir. Volveré; ya vería cómo y cuándo.

--- Nota del autor.

Este es un capitulo que podía haber sido de El cazador de tontos pero no lo fue. Si te ha gustado dale a Me gusta y si quieres más historias como ésta pues píllate el libro. Bon nadal!

domingo, 10 de diciembre de 2023

Relato: Sobre la nigromancia

(Extracto del Grimorio de magia negra de Jack Delaviere)

La nigromancia se considera la más negra de las artes mágicas malvadas. Comprende desde la adivinación a través de espíritus hasta el alzamiento de cadáveres vivientes. El conjurador debe conocer como abrir y cerrar puertas y sendas en la barrera entre el plano de los espíritus y el de los vivos. Para ello es preferible unas condiciones astrológicas específicas como, por ejemplo, durante la primera luna llena del año. El lugar también es importante. Hay zonas donde la barrera es más frágil, como en grandes cementerios, fosas comunes o antiguos campos de batalla. Los brujos con el sexto sentido más desarrollado son capaces de encontrar estas zonas más débiles.

El funcionamiento de la nigromancia está basado en la atracción y expulsión de espíritus. No se debe abrir puertas si no se conoce como cerrarlas. Algunos magos inexpertos crearon portales que permanecieron abiertos largo tiempo debido a su ignorancia. Algunas almas errantes se introdujeron en nuestro plano creando el caos a su paso. Yo mismo he cerrado tres de esos portales abandonados por magos novatos. Es por esto que la nigromancia se vierte de maestro a aprendiz, y este solo puede ejercerla junto a su mentor o si se le ha concedido permiso. En mi caso fue más difícil porque mi maestro me enseñaba en sueños. Era el Cardenal Rother, el cuál por la mañana mandaba magos a la hoguera y por la noche creaba nuevos en un sótano de una catedral. Fue descubierto y enviado a la hoguera, pero encontró la manera de permanecer en este plano y crear más nigromantes. Tras varias lecciones me dio permiso para ejercer la nigromancia. Las enseñanzas básicas que me traspasó quedaran escritas en este grimorio. La manera de ejecutar los hechizos y conjuros solo podrá ser transmitida oralmente por las razones antes citadas.

Para la adivinación con espíritus simplemente hay que abrir un portal y un conjuro para atraerlos. En caso de querer comunicarse con un ente en especial es necesario poseer un objeto suyo para atraerlo. Un poco de polvo del interior de su tumba puede ser valido. Algunas almas no saben cómo llegar adonde se les invoca o pueden sentir miedo ante la llamada y no acudir. Es posible que lleguen almas no invocadas por curiosidad o pueden venir extraños entes de otros planos que desconocemos. En este último caso es preferible expulsarlos. Las almas pueden venir del infierno, así que harán lo imposible por permanecer en nuestro plano. Muchas pueden intentar engañarnos o dañarnos de algún modo. Lo recomendable es tener creado un portal tras el ente para, en caso necesario, empujarlo psíquicamente para que lo atraviese y entonces sellarlo. Es preferible que el espíritu invocado permanezca menos de media hora en nuestro mundo; se puede volver agresivo y poco colaborador.

Para alzar a los muertos es necesaria plena concentración. Hay que atraer almas a una fuente de cadáveres frescos. Las almas que no encuentran su cuerpo o este se ha convertido en polvo, se vuelven errantes, o es posible que posean otro cadáver que nadie reclame. Tampoco vendrán las pocas almas que residan en el paraíso. Suelen venir casi todas del infierno. Allí los demonios, sabiendo de esta posibilidad de fuga, les instigan a recolectar más almas para ellos con promesa de conseguir futuros privilegios mientras dure su condena en el hogar de Satán. Es por eso que los cadáveres vivientes suelen ser tan violentos con los vivos. La duración de la invocación es indiferente, ya que suele interesarnos su agresividad. Su movilidad y fuerza son reducidas por la inactividad de sus cuerpos, pero suelen recuperar algo de vigor con el tiempo. Hay veces que aporrean la tapa de su ataúd sin poder abrirlo y quedan atrapados. No sufren apenas dolor, tras acostumbrarse en las largas jornadas de dolor y fuego que han sentido en el infierno. Se despiertan con un hambre atroz. No es verdad, como contaba una creencia generalizada que escuché, que el nigromante pueda manipular a los invocados, pero sí que son fácilmente sugestionables y dóciles debido a sus menguadas facultades mentales. Solo hay que señalarles el pueblo, ciudad o castillo a atacar. Solo necesitan carne que comer y almas para Satán. Así conseguí el castillo que habito y desde donde escribo estas palabras. Cadáveres vivientes y cuervos compartían la cena en el patio del castillo mientras me instalé en él.

domingo, 3 de diciembre de 2023

Por qué escribo mentiras

Se supone que en la nada había una piedra enorme. Vete a saber porqué, explotó y esparció sus pedazos por lo que llamamos universo. Un rato bien largo después apareció la vida, no se sabe muy bien cómo, en uno de esos trozos de metralla. Prosperó, y fue multiplicándose con miles de organismos, y conquistando las montañas más altas, y poblando los mares más profundos, y luchando en una interminable carrera de ambición. En mi casa tengo una caja donde salen imágenes de este mundo. Se ve gente sufriendo o muriendo, normalmente por idioteces: ambición, venganza, ignorancia, envidia o simplemente mala suerte. Eso es parte de la realidad. Hay quien la ve más o menos disfrazada, quien se autoconvence de que las cosas no son como son, pero diría que todos nos hemos fugado alguna vez. Nos evadimos a otros mundos mentalmente e imaginamos posibles escenas, personalizamos personajes a nuestro gusto y visualizamos nuestra invención como si lo viéramos desde la butaca de un cine comiendo palomitas.


Eso me pasa a mí, al menos. De siempre la realidad me ha parecido aburrida y triste, así que me entretenía inventándome historias. Yo casi nunca me aburro; siempre pasea alguna historia por los valles que forman los pliegues de mis sesos. De pequeño apoyaba las ruedas de un coche amarillo por muros de la calle. Circulaba por paredes graffiteadas pero para mi viajaba por carreteras, cruzaba desiertos y hasta volaba. Mis muñecos no sabían saltar normal, como mínimo daban una voltereta en el aire. Se enfadaban por cualquier tontería, discutían y luchaban. Cuando no tenía juguetes, con un lápiz y un papel, siempre andaba dibujando algo. En mis libros del colegio pocos márgenes habrán permanecido en blanco. Dibujaba letras raras, personajes y algún bocadillo con texto de un personaje del libro que contaba algo chistoso. Me sentía artista. De alguna manera sentía que quería expresarme. Probé con la música pero enseguida me cansé. Probé con el dibujo y, durante mucho tiempo, pensé que era lo mío. Tardé en descubrir que no. Incluso estuve haciendo el bachillerato artístico pintando con acuarelas y al óleo, y más tarde diseño gráfico. Algo hice con eso, pero no me acababa de convencer. La verdad es que lo de escribir me vino de repente hará tres años. Había escrito algo en el colegio para los juegos florales. No se si hace fuera de Cataluña, pero había la costumbre de escribir una historia para un concurso literario. Cada 23 de abril se celebraba Sant Jordi y yo quedé primero dos veces y otra segundo. Me regalaron un par de libros que diría que ni me los leí. Achaqué estas victorias a que mis antiguos compañeros, aunque les tengo cariño, eran bastante cazurros y yo sobresalía en general. Desde entonces no escribí nada más, ni siquiera leía libros. No sé exactamente porque me dio por escribir hace tres años. Empecé a leer libros y a escribir una historia que se me ocurrió y que aún la estoy desarrollando. 

Descubrí que me gustaba escribir y que quizá si fuese esto lo mío. Te permite crearlo todo y traducirlo a palabras, y hasta hay gente que se le ocurre leer lo que escribo. Me encanta cuando me dicen que les gusta y me cabreo como un niño pequeño cuando me dicen que tengo tal fallo o tal cosa mal. Enseguida que sé lo que está mal, voy y lo corrijo. Escribiendo las horas se me vuelven minutos, es por eso que debe ser que me gusta bastante.
Al escribir ficción contamos mentiras. No me gusta que me mientan ni soy mentiroso, pero en este caso es excepcional. Son mentiras que se saben de antemano que lo son pero nos dejamos engañar para meternos dentro de ellas. En el caso de la literatura fantástica diría que las mentiras son al cuadrado. A su vez hay que hacer un esfuerzo exponencial para meterte en ese mundo fantástico, pero así no estás viendo gente morir por idioteces en la tele o donde sea. Cuando escribo y voy creando en mi cabeza, me siento como cuando mi coche amarillo circulaba por carreteras, montañas, volcanes, ríos, desiertos y cielos, o como cuando mis muñecos daban vueltas en el aire y yo con la boca hacía el ruido de sus puñetazos y patadas. Es por esto por lo que escribo mentiras.

domingo, 26 de noviembre de 2023

Relato: La familia Auser

La familia Auser estaba en el funeral de Rosario. Era una niña de ocho años. Murió mientras jugaba con sus amigas a la comba en el patio de la escuela. De repente se desplomó en el suelo y ya no despertó. Los médicos no encontraron la causa. Simplemente su corazón dejó de latir. 

El padre Andrés leía en el altar de la iglesia para la familia. La madre de Rosario, Laura Auser, no paraba de llorar. Su pañuelo estaba totalmente mojado. El padre, Roberto Torres, no articuló palabra en todo el día. Miraba al suelo con cara triste. Todos los demás familiares habían venido de lejos. Rosario era una niña muy alegre a la que todos querían. 


El ataúd estaba abierto. Habían vestido a la pequeña Rosario con un traje blanco y una diadema, como a ella le gustaba ir. A su alrededor había muchos ramos y coronas de flores. Mientras el cura narraba las historias de la Biblia, Rosario se incorporó. Se quedó sentada sobre el ataúd y miró a su alrededor. Vio una enorme sala llena de un montón de gente muy seria. Miró al cura que hablaba sin darse cuenta del milagro. La niña estaba asustada y gritó:

         —¡Mamá! ¡Mamá!

La mayoría no se habían dado cuenta de la niña resucitada hasta que gritó. El cura hizo la señal de la cruz al verla y se quedó callado. Todos los presentes no salían de su asombro. La madre se levantó y se acercó rápida al ataúd. Por un momento se quedó contemplándola. La niña le miraba sin decir nada. Laura no se lo podía creer. La abrazó fuerte y empezó a besarla. Los asistentes se levantaron de su asiento para ver lo que costaba creer. Rosario se sentía abrumada ante tanta gente. También se sentía avergonzada con la exageración de besos de su madre.

         —Vale ya, mamá ¡Déjame! —decía la niña intentando apartarse de ella.

         —¡Roberto, ve a llamar a un medico! —gritaba la madre sin soltar a la niña.

         —¡Pero si ahora está bien! —se quejaba el padre.

         —Sí, pero antes no. Esto no es normal. Ve a buscar un medico, anda.

El padre salió de la iglesia en busca de uno. Los demás familiares se acercaron a la niña para verla de cerca. Ahora todos estaban contentos, menos Rosario que no entendía nada. Se preguntaba porque le habían hecho dormir en una caja de madera y porque tanta gente había venido a verla. No era su cumpleaños ni navidad ni nada similar.

La tía de Laura se acercó a la madre alegre.

         —¿Sabes que a tu abuelo le pasó algo igual? —le soltó.

         —Ah, ¿sí? —respondió sorprendida Laura.

         —Un día nos lo encontramos muerto. Estaba en el suelo del pasillo. Lo metieron en un ataúd y el día que lo iban a enterrar hubo un temporal. Así que lo tuvimos en casa unos días hasta que pudiesen enterrarlo. La cosa es que a los dos días de estar muerto me levanté al lavabo a medianoche. La puerta estaba cerrada, así que piqué con los nudillos en la puerta. Entonces una voz en el interior dijo "Está ocupado". No me lo podía creer. ¡Era mi padre! ¡Estaba vivo!

         —¿Le pasó como a Rosario?

         —Pues sí. Aún duró unos años más hasta que murió finalmente. Esa vez lo tuvimos en un ataúd cuatro días, por si resucitaba. Y tengo entendido que a mi abuelo también le pasó algo parecido.

         —Entonces ¿esto viene de familia o qué? ¿Cómo es que yo no sabía nada?

         —Siempre que lo cuento nadie me cree. Se lo conté a tus padres y se lo tomaron a broma. Ya no lo expliqué más. 

Laura se quedó callada viendo a su hija que movía los ojos y se estaba de pie cuando hacía media hora estaba muerta. También pensó en los familiares que enterraron y quizás resucitaron una vez ya bajo tierra. Se alegró mucho de volver a tener a su hija, pero ahora no sabía que hacer con tantas flores y familiares. Se preguntó si le devolverían el dinero del ataúd. Pensó en montar una comida con toda la familia para celebrar la resurrección de su hija. Entonces llegó el padre con un medico. Este comprobó a Rosario y dictaminó que estaba sanísima, como si no hubiese pasado nada. Todos continuaron sus vidas, pero la familia Auser llegó a un acuerdo. A partir de ahora cualquier familiar que muriese le darían una semana por si regresara. No le hizo mucha gracia a todo el mundo, pero así empezó una extraña tradición en la familia Auser.

domingo, 19 de noviembre de 2023

Relato: Sangre, cadera, bruja hechicera y capricho

Ser el sirviente de una bruja hechicera no era cosa fácil. Cuando tenía el capricho de invocar el rejuvenecimiento de su piel me mandaba al pueblo a por sangre. Aun siendo lo poderosa que era, no me creía que pudiera vencer al tiempo y desterrar a las arrugas que arruinaban su escasa belleza. Se solía empapar la sangre por la cara, se espolvoreaba el pelo con hojas de albahaca y bañaba sus horribles pies en una palangana con algo de la sangre y agua de estanque purificada.

Cuando yo era más joven no tuve problemas de romperle el cuello a algún chico que se alejaba del poblado o de alguna muchachilla que se acercaba a recoger agua del río con una tinaja. Buscaba la oscuridad, me ocultaba, me acercaba sigilosamente a la víctima, con una mano les tapaba la boca y con la otra les callaba para siempre. Entonces cargaba el contenedor de sangre hasta la cabaña donde la asquerosa tenía para un par de baños rejuvenecedores.

Pero últimamente, cuando salía de la cabaña, notaba un dolor que me subía por la izquierda y me rascaba el lateral de la cabeza. Apretaba los dientes y entrecerraba los ojos. A cada paso el dolor de la cadera se aliviaba por momentos, pero volvía con más fuerza cuando menos lo esperaba. Empezó cuando caí sobre una piedra corriendo tras un chico que se me escapó al intentar cazarlo por la espalda. El tiempo me hizo perder agilidad, fuerza, visión y más habilidades. Solo salía acompañado de bastón desde entonces. ¿Y a que muchacho o muchacha va a acechar este vejete en estos tiempos?

Diría que esos baños de sangre de los que se encaprichaba no la rejuvenecían en su aspecto pero sí en su longevidad. Era una arpía asquerosa pero llevaba tiempo sin empeorar por el peso del tiempo. Andaba mejor que yo y eso que su espalda solía encorvarse al caminar. Seguía pidiéndome más sangre pero yo era la sombra de lo que fui. Entre que mi cadera me imposibilitaba correr y la juventud de las víctimas que me exigía, se me hacía cada vez más difícil aplacar sus ansías.

De camino a casa encontré un cervatillo muerto entre el bosque. No había lobos por allí ni ningún otro depredador que no fuese yo. No supe de que murió pero no presentaba herida alguna. Agarré una pata y volví a casa. Por ese día ya tenía sangre para mi señora. Yo también tenía cena. Quizás el hechizo de la vieja no tuviese tanto efecto como con la sangre de muchachos, pero pensé que no ocurriese mucha cosa si el tiempo le afectase por un día.

Relato: Joaquin, el mago antipático

Apareció tras ser presentado.  Le aplaudieron por ello. Apenas hizo un gesto con la cabeza para devolverles el saludo. Lucía melena rizada y castaña, vestía con pantalón y camisa negra mal ajustados y andaba algo encorvado. Tenía una parte del cuello mal doblada. En su mano derecha agarraba una baraja de naipes. El presentador se marchó entre sombras. Joaquín señaló a uno del público y le dijo:

                —¡Eh, tú!

Uno de las butacas se levantó y se señaló el pecho.

                —Sí —dijo el mago con irritación—. Dime una carta.

Pensó unos segundos y dijo: 

                —El tres de oro.

El melenudo se agarró la barbilla y, tres instantes después, señaló con determinación una mujer del público a la derecha del levantado.

                —En tu bolso encontraras la carta que pide el amigo.

La mujer se quedó parada. Por un momento pensó que, si era verdad, quién había metido mano en su bolso. Lo cogió y rebuscó entre sus cosas. El teatro entero estaba atento a la mujer.  Finalmente vio algo entre un lápiz de labios y las llaves de casa. Era una carta. La sacó, abrió mucho los ojos y la mostró en alto. Era el tres de oros. La gente aplaudió extrañada. La mujer del bolso estaba enfadada. Se preguntaba cuándo y cómo le habían metido la carta. Enseguida comenzó a buscar si todo estaba en su sitio y si faltaba algo. El mago sonrió con vanidad.

                —Gracias, me lo merezco —les soltó con sinceridad.



lunes, 11 de septiembre de 2023

Aprender a escribir I

Después de ganar con la poesía en catalán de El món gané también tiempo después algún premio en 7º y 8º de EGB. Fue con unos comics que me dan más vergüenza que otra cosa. Ahora prefiero no ponerlos.

Curiosamente fue en el instituto quienes me quitaron las ganas de leer y a la vez también de escribir. ¡Vaya bodrios de libros nos hacían leer! Alguno se libraba como El mecanoscrit del segon origen de Manuel de Pedrolo y no recuerdo ninguno más destacable. Estuve un tiempo alejado de la lectura hasta que me reenganché con El hobbit. Desde entonces seguí con El seños de los anillos y muchas más de fantasía. Incluso otras historias no fantásticas.

Aquello ya hizo que comenzará a planear historias en mi cabeza. Intenté comenzar una historia que tiempo después se convertiría en La isla de Shizakia. Lo intenté pero lo que quería escribir fue más complicado de lo que era capaz. Así que decidí hacer unos cursos. Los hice en Escuela de escritores

Allí hice unos cuantos cursos online (ya que están en Madrid). Hice cursos como Corrección y estilo, Escritura creativa, Escritura fantástica... En este blog hay más de un escrito que hice para las diferentes prácticas del curso. Yo diría que aprendí y me sirvió para lo que quería. Pude recomenzar a escribir mi historia sobre La isla de Shizakia y salieron tres libros de ahí. Ya os contaré más sobre eso.



sábado, 2 de septiembre de 2023

El món

 Pues no me voy 😛. He pensado poner cositas en Wattpad y por aquí. Os voy a contar una cosa que me he encontrado hace poco. En mi colegio hacían els Jocs Florals, un concurso literario para Sant Jordi (23 de Abril). Habían diferentes categorías y se concursaba por curso de EGB. Yo gané el de poesía catalana en 3º de EGB. He aquí unas fotillos. El tema nos lo daban al azar. A mi me tocó una tarjeta con el dibujo del mundo. Así que este soy yo de pequeño filosofando y poetizando:

 
¡Que recuerdos más curiosos!







jueves, 6 de abril de 2023

Wattpad

Hola, me mudo a Wattpad. Porque aquí lo tengo abandonado y me siguen muy pocos. En Wattpad iré poniendo cosillas de vez en cuando e iré viendo si a la gente le gusta mis pedos mentales. Nos vemos.



https://www.wattpad.com/user/AlbertoVillanuevaJ