En su balcón una ristra de luces me golpeaba su intermitencia. Rojo, luego azul, luego otro color que me importaba una mierda. Lo del portal fue fácil. Me abrió la puerta una ancianita que bajaba una enorme bolsa de basura ayudada por un carro de la compra. Yo le sujeté la puerta para que maniobrase mejor. Y se fue sin felicitarme las fiestas ni la navidad. Como tenía que ser.
Es que a mi objetivo se le
ocurrió desearme Bon nadal. Yo entraba en una oficina de Correos y él salía. Y
me soltó “Bon nadal!”. Así se convirtió en mi diana. ¿Quién le había dicho a
este que yo quería una buena navidad? Esta puta época del año que parece que
vivimos en un parque temático de chalados. Un viejo gordo y barbudo con un
abrigo, pantalón y gorro rojo cocacola que se cuela en casas ajenas a regalar
juguetes; renos y abetos por mil sitios (¿hay renos por España?); cientos de
luces de colorines e intermitencias como los paneles de control de una central
nuclear; tres señores con vestimentas árabes saludando en tronos sobre camiones
cursituneados mientras adolescentes hacen llover caramelos (la cocaína infantil).
Y cientos de anuncios por todos lados, sorteos para ganar dinero y tener que
regalar gilipolleces por que sí. ¿Quién había montado todo esto? ¿Qué se habían
fumado? No creía en nada de esas cosas y
cuanto más lo pensaba menos sentido tenía. No, señor Jorge Pérez, que veía tu
nombre en tu buzón, no, no quería una buena Navidad. Por lo visto vivía solo.
Bien.
Eran las dos de la madrugada. Supuse
que ya estaría dormido. Sería fácil entrar y matarlo mientras dormía. Pegué la
oreja a la madera de la puerta. Escuché una tele lejana, pero parecía del piso
de al lado. Dudaba si realmente ya se habría ido a dormir. Por fuera las luces
navideñas del balcón no habían ayudado a saberlo. Pues me la jugué. Saqué mi
instrumental de metales y fui trabajando la cerradura. Estuve un buen rato. La
luz que sobraba en los balcones vendría bien tenerla por aquí para ver mejor. ¡Abrí!
Con cuidadito empujé la puerta. Había un cierto resplandor dentro. Abrí más y
miré. La casa estaba a oscuras, pero había unas cuantas lucecitas de navidad
por dentro. Como si fuesen las luces indicadoras de un cine o un teatro, pude
moverme por la casa con facilidad.
Parece ser que era un entusiasta
de la Navidad. En el recibidor había adornos por paredes, guirnaldas y unas
ristras de luces amarillas que se apagaban y encendían con lentitud. En el
comedor tenía un pequeño árbol de Navidad con luces también (por supuesto) y
cientos de bolas y adornos por encima de su capacidad. En una mesita al fondo
había montado un belén con pocas figuritas, pero iluminado por más lucecitas. Éstas
intermitían muy rápido. Eran bastante discotequeras y de muchos colores. Un ronquido me asustó. Seco y veloz, tras de
mí. Un bulto se agitaba en el sofá. Alguien dormía ahí. ¿Por qué dormía en el
sofá? ¿Esperaba a Papá Noel? Escuché una puerta. Entonces apareció una luz al
fondo de un pasillo. Escuché el llenarse de una cisterna. La luz se fue y la
puerta se cerró. Un pipi nocturno supuse. El que dormía en el sofá sería un
invitado tal vez. Era bien gordo. No era mi objetivo. Si no se despertaba no
habría problema con él.
Recorrí el pasillo palpando la
pared con la mano. Allí ya no había luminosa navidad. Investigué las diferentes
puertas con sigilo. Ya di con la habitación. Lo malo era que muy posiblemente
estuviese semi despierto. Entré poco a poco. No la vi. Le pegué sin querer un
chute a una zapatilla y chocó con fuerza contra un mueble. Un armario o algo
así. “¡Paaa!” sonó fuerte y seco. La figura que estaba acostada en la cama se
incorporó al momento. Salí de allí. Me metí en otro cuarto. Él se levantó.
Encendió la luz. No veía qué hacía, pero supuse que andaba por la habitación
investigando qué era aquel ruido. ¡Mierda! ¡Que torpe había sido!
Esperé un poco. Había apagado la
luz. Supuse que se habría acostado otra vez y se dormiría pronto. Entré de nuevo en su cuarto. Esta vez con el
machete empuñado. Nada más entrar se giró hacia mí, como si pudiese verme en la
oscuridad.
—¿Papá
Noel? —preguntó.
¿En serio? Este tío era un flipao.
Bueno, ya daba igual. Ya me había descubierto.
—Bon
nadal —le dije con tono grave.
Encendió enseguida una luz no
navideña en su mesita. Encontró a un hombre gordo vestido de negro, con
pasamontañas en la cara y un machete grande en su mano. Gritó un agudo
gorgorito del espanto. Me lanzó la almohada. Ni siquiera me dio aquella mortal
arma arrojadiza. Cayó al lado del armario, donde estaba la zapatilla chutada.
Fui a por él. Lancé una acometida con mi filo metálico. Él ágilmente lo esquivó,
aunque se cayó de la cama por el lado contrario al que estaba yo. Se arrastró ayudándose
con los antebrazos para buscar refugio debajo de la cama. Me agaché y lo vi
allí quieto. Igual creía que si no se movía no podría verle. Cogí aire. ¿Qué
iba a hacer yo con este idiota? Guardé un momento el machete en un bolsillo. Agarré
un lateral de la cama con las dos manos. La levanté con fuerza. Cayó de lado
armando estruendo. Encontré al idiota entre cajas de zapatos, una alfombra
enrollada y mucho polvo. Lanzó otro gritito que me parecían muy graciosos. Se
incorporó rápido. Le hice un tajo en un hombro. Me pegó un empujón que apenas
me movió. Huyó hacia al pasillo.
Comenzó a gritar y diría que
también lloraba. No se entendía ni una palabra. Llegó al comedor y encendió la
luz.
—¡Que
me mata! —le gritó al del sofá.
Lancé una cuchillada a su pecho
pero la esquivó. Agarró una silla y la usó para defenderse. Mientras yo
intentaba ensartarle, íbamos moviéndonos y dando una vuelta por el comedor. El
del sofá seguía KO. Él me embistió con la silla y con un grito agudo de guerra.
Me dio otro empujón y di contra el árbol. Lo tiré por el suelo, las bolas se
desparramaron por el suelo. Derribé también una mesita que había con la tele.
Armé un buen jaleo. Me levanté como pude. Él había cogido un paraguas grande,
de esos con punta metálica. Me miró sonriendo. ¿Se creía que iba a poder
conmigo con eso? Me atacó con eso. Lo intercepté con la mano, estiré de él y le
clavé el machete en un lateral del vientre al acercarse. Él gritó aún más
fuerte. Huyó corriendo al recibidor.
—¡Joeee!
¿Qué pasa? —dijo adormilado el del sofá. Con los ojos achinados iba mirando que
pasaba allí.
Yo fui tras mi víctima. Él tiró
el belén por el suelo al correr. Estaba ya abriendo la puerta de la entrada
para escapar. Lo agarré de atrás del pijama ensangrentado. Lo eché hacia atrás,
cayó por el suelo rodando. Cerré la puerta de un manotazo. El idiota estaba por
el suelo llorando, con una mano tapándose la herida. Me miraba con una mueca
exagerada, gimoteando. Una figura llegó tras él.
—¿Quién
eres? —me preguntó.
No respondí. Estaba quieto; intentando
recuperar el aliento.
—No
sé quién es, tete. Me va a matar —dijo el llorica.
El gordo del sofá se puso delante
del otro, con los ojos clavados en mi y sin pestañear. Le ataqué. Su mano agarró
al instante mi mano empuñada. Con la otra me arreó una bofetada con mucha
fuerza. Intenté deshacerme de su presa y me fue imposible. Otra bofetada me
soltó. Conseguí soltar la mano. Ataqué de nuevo. Una veloz pierna gorda se
elevó y me golpeó con fuerza en el pecho. Volé un metro hacia atrás, estampándome
con la puerta de la entrada. Caí de culo. Perdí el machete. Lo busqué palpando por
el suelo. Aquel monstruo se me acercaba. Era fuerte y ágil como no esperaba.
Decidí abandonar.
Me levanté rápido. Me agarró un
brazo. Le mordí una mano y me soltó. Abrí la puerta de la entrada. Corrí hacia
afuera. Bajé flechado por las escaleras. Él me perseguía. Bajé un piso y
continué corriendo. Bajé otro y, al final de la escalera, me tropecé con mis propios
pies. Rodé hasta el rellano un trozo pequeño. Me hice daño. Me levanté, de
nuevo, y corrí. Bajé otro piso y miré hacia atrás. Ya no me seguía. No me
fiaba. Seguí corriendo hacia abajo.
Salí a la calle corriendo al
trote. Se me estaba ocurriendo que había perdido el machete. Estaban mis
huellas. Miré al balcón. Estaban allí, de pie, mirándome. Los podía ver mejor en
los instantes que se encendían las luces navideñas. ¡Maldita navidad! De momento
había que huir. Volveré; ya vería cómo y cuándo.
--- Nota del autor.
Este es un capitulo que podía haber sido de El cazador de tontos pero no lo fue. Si te ha gustado dale a Me gusta y si quieres más historias como ésta pues píllate el libro. Bon nadal!