Apareció tras ser presentado. Le aplaudieron por ello. Apenas hizo un gesto con la cabeza para devolverles el saludo. Lucía melena rizada y castaña, vestía con pantalón y camisa negra mal ajustados y andaba algo encorvado. Tenía una parte del cuello mal doblada. En su mano derecha agarraba una baraja de naipes. El presentador se marchó entre sombras. Joaquín señaló a uno del público y le dijo:
—¡Eh,
tú!
Uno de las butacas se levantó y
se señaló el pecho.
—Sí
—dijo el mago con irritación—. Dime una carta.
Pensó unos segundos y dijo:
—El
tres de oro.
El melenudo se agarró la barbilla
y, tres instantes después, señaló con determinación una mujer del público a la
derecha del levantado.
—En
tu bolso encontraras la carta que pide el amigo.
La mujer se quedó parada. Por un
momento pensó que, si era verdad, quién había metido mano en su bolso. Lo cogió
y rebuscó entre sus cosas. El teatro entero estaba atento a la mujer. Finalmente vio algo entre un lápiz de labios
y las llaves de casa. Era una carta. La sacó, abrió mucho los ojos y la mostró
en alto. Era el tres de oros. La gente aplaudió extrañada. La mujer del bolso
estaba enfadada. Se preguntaba cuándo y cómo le habían metido la carta.
Enseguida comenzó a buscar si todo estaba en su sitio y si faltaba algo. El
mago sonrió con vanidad.
—Gracias,
me lo merezco —les soltó con sinceridad.
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