domingo, 19 de noviembre de 2023

Relato: Sangre, cadera, bruja hechicera y capricho

Ser el sirviente de una bruja hechicera no era cosa fácil. Cuando tenía el capricho de invocar el rejuvenecimiento de su piel me mandaba al pueblo a por sangre. Aun siendo lo poderosa que era, no me creía que pudiera vencer al tiempo y desterrar a las arrugas que arruinaban su escasa belleza. Se solía empapar la sangre por la cara, se espolvoreaba el pelo con hojas de albahaca y bañaba sus horribles pies en una palangana con algo de la sangre y agua de estanque purificada.

Cuando yo era más joven no tuve problemas de romperle el cuello a algún chico que se alejaba del poblado o de alguna muchachilla que se acercaba a recoger agua del río con una tinaja. Buscaba la oscuridad, me ocultaba, me acercaba sigilosamente a la víctima, con una mano les tapaba la boca y con la otra les callaba para siempre. Entonces cargaba el contenedor de sangre hasta la cabaña donde la asquerosa tenía para un par de baños rejuvenecedores.

Pero últimamente, cuando salía de la cabaña, notaba un dolor que me subía por la izquierda y me rascaba el lateral de la cabeza. Apretaba los dientes y entrecerraba los ojos. A cada paso el dolor de la cadera se aliviaba por momentos, pero volvía con más fuerza cuando menos lo esperaba. Empezó cuando caí sobre una piedra corriendo tras un chico que se me escapó al intentar cazarlo por la espalda. El tiempo me hizo perder agilidad, fuerza, visión y más habilidades. Solo salía acompañado de bastón desde entonces. ¿Y a que muchacho o muchacha va a acechar este vejete en estos tiempos?

Diría que esos baños de sangre de los que se encaprichaba no la rejuvenecían en su aspecto pero sí en su longevidad. Era una arpía asquerosa pero llevaba tiempo sin empeorar por el peso del tiempo. Andaba mejor que yo y eso que su espalda solía encorvarse al caminar. Seguía pidiéndome más sangre pero yo era la sombra de lo que fui. Entre que mi cadera me imposibilitaba correr y la juventud de las víctimas que me exigía, se me hacía cada vez más difícil aplacar sus ansías.

De camino a casa encontré un cervatillo muerto entre el bosque. No había lobos por allí ni ningún otro depredador que no fuese yo. No supe de que murió pero no presentaba herida alguna. Agarré una pata y volví a casa. Por ese día ya tenía sangre para mi señora. Yo también tenía cena. Quizás el hechizo de la vieja no tuviese tanto efecto como con la sangre de muchachos, pero pensé que no ocurriese mucha cosa si el tiempo le afectase por un día.

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