domingo, 24 de diciembre de 2023

Relato: El cazador navideño

En su balcón una ristra de luces me golpeaba su intermitencia. Rojo, luego azul, luego otro color que me importaba una mierda. Lo del portal fue fácil. Me abrió la puerta una ancianita que bajaba una enorme bolsa de basura ayudada por un carro de la compra. Yo le sujeté la puerta para que maniobrase mejor. Y se fue sin felicitarme las fiestas ni la navidad. Como tenía que ser.

Es que a mi objetivo se le ocurrió desearme Bon nadal. Yo entraba en una oficina de Correos y él salía. Y me soltó “Bon nadal!”. Así se convirtió en mi diana. ¿Quién le había dicho a este que yo quería una buena navidad? Esta puta época del año que parece que vivimos en un parque temático de chalados. Un viejo gordo y barbudo con un abrigo, pantalón y gorro rojo cocacola que se cuela en casas ajenas a regalar juguetes; renos y abetos por mil sitios (¿hay renos por España?); cientos de luces de colorines e intermitencias como los paneles de control de una central nuclear; tres señores con vestimentas árabes saludando en tronos sobre camiones cursituneados mientras adolescentes hacen llover caramelos (la cocaína infantil). Y cientos de anuncios por todos lados, sorteos para ganar dinero y tener que regalar gilipolleces por que sí. ¿Quién había montado todo esto? ¿Qué se habían fumado? No creía en nada de esas cosas y cuanto más lo pensaba menos sentido tenía. No, señor Jorge Pérez, que veía tu nombre en tu buzón, no, no quería una buena Navidad. Por lo visto vivía solo. Bien.


Eran las dos de la madrugada. Supuse que ya estaría dormido. Sería fácil entrar y matarlo mientras dormía. Pegué la oreja a la madera de la puerta. Escuché una tele lejana, pero parecía del piso de al lado. Dudaba si realmente ya se habría ido a dormir. Por fuera las luces navideñas del balcón no habían ayudado a saberlo. Pues me la jugué. Saqué mi instrumental de metales y fui trabajando la cerradura. Estuve un buen rato. La luz que sobraba en los balcones vendría bien tenerla por aquí para ver mejor. ¡Abrí! Con cuidadito empujé la puerta. Había un cierto resplandor dentro. Abrí más y miré. La casa estaba a oscuras, pero había unas cuantas lucecitas de navidad por dentro. Como si fuesen las luces indicadoras de un cine o un teatro, pude moverme por la casa con facilidad.

Parece ser que era un entusiasta de la Navidad. En el recibidor había adornos por paredes, guirnaldas y unas ristras de luces amarillas que se apagaban y encendían con lentitud. En el comedor tenía un pequeño árbol de Navidad con luces también (por supuesto) y cientos de bolas y adornos por encima de su capacidad. En una mesita al fondo había montado un belén con pocas figuritas, pero iluminado por más lucecitas. Éstas intermitían muy rápido. Eran bastante discotequeras y de muchos colores.  Un ronquido me asustó. Seco y veloz, tras de mí. Un bulto se agitaba en el sofá. Alguien dormía ahí. ¿Por qué dormía en el sofá? ¿Esperaba a Papá Noel? Escuché una puerta. Entonces apareció una luz al fondo de un pasillo. Escuché el llenarse de una cisterna. La luz se fue y la puerta se cerró. Un pipi nocturno supuse. El que dormía en el sofá sería un invitado tal vez. Era bien gordo. No era mi objetivo. Si no se despertaba no habría problema con él.

Recorrí el pasillo palpando la pared con la mano. Allí ya no había luminosa navidad. Investigué las diferentes puertas con sigilo. Ya di con la habitación. Lo malo era que muy posiblemente estuviese semi despierto. Entré poco a poco. No la vi. Le pegué sin querer un chute a una zapatilla y chocó con fuerza contra un mueble. Un armario o algo así. “¡Paaa!” sonó fuerte y seco.  La figura que estaba acostada en la cama se incorporó al momento. Salí de allí. Me metí en otro cuarto. Él se levantó. Encendió la luz. No veía qué hacía, pero supuse que andaba por la habitación investigando qué era aquel ruido. ¡Mierda! ¡Que torpe había sido!

Esperé un poco. Había apagado la luz. Supuse que se habría acostado otra vez y se dormiría pronto.  Entré de nuevo en su cuarto. Esta vez con el machete empuñado. Nada más entrar se giró hacia mí, como si pudiese verme en la oscuridad.

                —¿Papá Noel? —preguntó.

¿En serio? Este tío era un flipao. Bueno, ya daba igual. Ya me había descubierto.

                Bon nadal —le dije con tono grave.

Encendió enseguida una luz no navideña en su mesita. Encontró a un hombre gordo vestido de negro, con pasamontañas en la cara y un machete grande en su mano. Gritó un agudo gorgorito del espanto. Me lanzó la almohada. Ni siquiera me dio aquella mortal arma arrojadiza. Cayó al lado del armario, donde estaba la zapatilla chutada. Fui a por él. Lancé una acometida con mi filo metálico. Él ágilmente lo esquivó, aunque se cayó de la cama por el lado contrario al que estaba yo. Se arrastró ayudándose con los antebrazos para buscar refugio debajo de la cama. Me agaché y lo vi allí quieto. Igual creía que si no se movía no podría verle. Cogí aire. ¿Qué iba a hacer yo con este idiota? Guardé un momento el machete en un bolsillo. Agarré un lateral de la cama con las dos manos. La levanté con fuerza. Cayó de lado armando estruendo. Encontré al idiota entre cajas de zapatos, una alfombra enrollada y mucho polvo. Lanzó otro gritito que me parecían muy graciosos. Se incorporó rápido. Le hice un tajo en un hombro. Me pegó un empujón que apenas me movió. Huyó hacia al pasillo.

Comenzó a gritar y diría que también lloraba. No se entendía ni una palabra. Llegó al comedor y encendió la luz.

                —¡Que me mata! —le gritó al del sofá.

Lancé una cuchillada a su pecho pero la esquivó. Agarró una silla y la usó para defenderse. Mientras yo intentaba ensartarle, íbamos moviéndonos y dando una vuelta por el comedor. El del sofá seguía KO. Él me embistió con la silla y con un grito agudo de guerra. Me dio otro empujón y di contra el árbol. Lo tiré por el suelo, las bolas se desparramaron por el suelo. Derribé también una mesita que había con la tele. Armé un buen jaleo. Me levanté como pude. Él había cogido un paraguas grande, de esos con punta metálica. Me miró sonriendo. ¿Se creía que iba a poder conmigo con eso? Me atacó con eso. Lo intercepté con la mano, estiré de él y le clavé el machete en un lateral del vientre al acercarse. Él gritó aún más fuerte. Huyó corriendo al recibidor.

                —¡Joeee! ¿Qué pasa? —dijo adormilado el del sofá. Con los ojos achinados iba mirando que pasaba allí.

Yo fui tras mi víctima. Él tiró el belén por el suelo al correr. Estaba ya abriendo la puerta de la entrada para escapar. Lo agarré de atrás del pijama ensangrentado. Lo eché hacia atrás, cayó por el suelo rodando. Cerré la puerta de un manotazo. El idiota estaba por el suelo llorando, con una mano tapándose la herida. Me miraba con una mueca exagerada, gimoteando. Una figura llegó tras él.

                —¿Quién eres? —me preguntó.

No respondí. Estaba quieto; intentando recuperar el aliento.

                —No sé quién es, tete. Me va a matar —dijo el llorica.

El gordo del sofá se puso delante del otro, con los ojos clavados en mi y sin pestañear. Le ataqué. Su mano agarró al instante mi mano empuñada. Con la otra me arreó una bofetada con mucha fuerza. Intenté deshacerme de su presa y me fue imposible. Otra bofetada me soltó. Conseguí soltar la mano. Ataqué de nuevo. Una veloz pierna gorda se elevó y me golpeó con fuerza en el pecho. Volé un metro hacia atrás, estampándome con la puerta de la entrada. Caí de culo. Perdí el machete. Lo busqué palpando por el suelo. Aquel monstruo se me acercaba. Era fuerte y ágil como no esperaba. Decidí abandonar.

Me levanté rápido. Me agarró un brazo. Le mordí una mano y me soltó. Abrí la puerta de la entrada. Corrí hacia afuera. Bajé flechado por las escaleras. Él me perseguía. Bajé un piso y continué corriendo. Bajé otro y, al final de la escalera, me tropecé con mis propios pies. Rodé hasta el rellano un trozo pequeño. Me hice daño. Me levanté, de nuevo, y corrí. Bajé otro piso y miré hacia atrás. Ya no me seguía. No me fiaba. Seguí corriendo hacia abajo.

Salí a la calle corriendo al trote. Se me estaba ocurriendo que había perdido el machete. Estaban mis huellas. Miré al balcón. Estaban allí, de pie, mirándome. Los podía ver mejor en los instantes que se encendían las luces navideñas. ¡Maldita navidad! De momento había que huir. Volveré; ya vería cómo y cuándo.

--- Nota del autor.

Este es un capitulo que podía haber sido de El cazador de tontos pero no lo fue. Si te ha gustado dale a Me gusta y si quieres más historias como ésta pues píllate el libro. Bon nadal!

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