jueves, 6 de abril de 2023

Wattpad

Hola, me mudo a Wattpad. Porque aquí lo tengo abandonado y me siguen muy pocos. En Wattpad iré poniendo cosillas de vez en cuando e iré viendo si a la gente le gusta mis pedos mentales. Nos vemos.



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sábado, 23 de abril de 2022

Mi primer libro

El 26 de Mayo de 2021 vio la luz El cazador de tontos, mi primera novela autopublicada. Lo hice con la editorial Círculo rojo. Al poco me llamaron y me contaron que mi novela fue finalista a los Premios Círculo rojo en la categoría de Novela negra. La verdad; yo considero mi historia una comedia negra pero al fin y al cabo podría meterse en esa categoría. Me fui a Roquetas de mar (Armería), hubo una gala y, bueno, al final no gané. Había tres finalistas de cada categoría y ser de esos tres entre muchos otros que se descartaron ya estaba bastante bien. Subir a recoger el premio la verdad es que estaría bien pero mejor que no porque estaba de los nervios y hubiese tartamudeado y hablado bajito, como quien me conoce supondrá. Felicito al que ganó pero me hizo un favor. Me enviaron tiempo después una placa que os dejó aquí la imagen para que la veáis. 



Lo que ahora me faltaría es que diera a conocer mejor mi libro y se vendiera un poco, cosa que no esta pasando. Aún así yo voy a seguir escribiendo y que sepáis que ya estoy con la segunda parte de esta historia. Y aún más cosas. ¡Gracias por leerme!

domingo, 25 de marzo de 2018

"El cazador de tontos" anda suelto


¡Sí! Ya está a la venta mi libro El cazador de tontos. Disponible en e-book. ¿Qué de qué va? Atiende:



¿En la plaza donde querías aparcar no puedes porque otro conductor ha aparcado mal? ¿Has ido caminando por una calle bien ancha y no puedes avanzar como te gustaría por ella porque un grupo de tres personas les da por andar despacio mientras ocupan el máximo ancho posible? El cazador de tontos dará con ellos y los aniquilará. Dedica su vida a eliminar a esos tontos con los que nos cruzamos cada día en su solitaria y poco apreciada misión. Barcelona, años de la desaceleración económica. Un cartero, en una época complicada de su vida, decide cumplir una peculiar y delictiva misión por propia voluntad. Un atractivo inspector de policía algo extravagante le irá dando caza. Un siniestro, extraño y pasional chaval se inmiscuirá en la historia de ambos. Una comedia negra donde todos luchan por ver quién caza antes a su objetivo.



Disponible en El corte Inglés, Agapea, Libros.cc y en Casa del libro. ¡¡Consíguelo!!

Microrelatos varios


¿Qué hace ahí fuera Lucas arañando la ventana? Quizá no entienda que el cristal es transparente como el aire. A veces cuesta hacer amigos; por eso su padre le regaló lo que le pidió. Quiso ser el mejor ante unos chavales; ganarse su admiración. Se elevó bien alto en aquel semicírculo para acrobacias. Venció a la gravedad por unos instantes. Hay quien dice que para ganar hay que arriesgar. Pero a veces se gana y a veces se pierde.

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De la rutina insípida de su oficina creció la última angustia. Solo el tiempo la mataría. Un ojo en la pantalla y otro en papeles y reloj. La pierna izquierda rebotaba sin parar. Una mano en el teclado y la otra entre las teclas, ratón y formularios. El remo grande nos llevaría a puerto en dos vueltas. El centurión se preparaba para marcharse. Solo una vuelta más. Los dos ojos en el reloj. Con tranquilidad él se fue. Una remada más y, por fin, se acabó el viaje. Entonces debía afrontar que me quedaría en tierra por mucho tiempo.

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Por fin quietas. Pensé en atarlas, graparlas, dormirlas, incluso emborracharlas mientras sonreía. No me hacían ni caso. Cuando logramos que una estuviese quieta, la otra saltaba de las rodillas de su madre para toquetear mis instrumentos. Uno de mis valiosos focos acabó por los suelos. Sus padres no hacían nada y yo ansiaba darle una buena reprimenda. Les pedí de buenas que amarrasen a sus bestias que exploraban mi estudio. Así que abrí el cajón de mi escritorio. Chantajeé a las idénticas con un par de piruletas si conseguíamos acabar con aquella foto familiar. Solo faltaba pulsar el botón.

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Encuentro junto a su reloj unos números grabados en su piel. Lo extraigo y aparece otro número. Aparenta ser una fecha. En el informe de la autopsia no lo apunto.  ¿Sera algún símbolo por ser jefe de la mafia? Debía recoger una camisa en la tintorería. Programo el GPS para llegar allí. Entonces vi la opción de colocar coordenadas. Introduzco los números del cadáver. Me lleva a una curva en las afueras. Excavo en un lugar sin hierba. Me encuentro un baúl con pasaportes, cuentas bancarias y hermosos fajos de billetes. Ya me compraré una camisa en el Caribe.

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Se entrenaban para estar muertos. Jacinto se estiraba en la cama mientras su hermano rezaba por su alma. Al rato le tocaba a José estirarse con los ojos cerrados y Jacinto le rendía duelo. Querían saber como los despediría el mundo. Sabían de sobra que si el cielo los llamase solo su otro hermano les consolaría. Y es que aquellos gemelos se ganaron la enemistad con todo el pueblo con sus palabrotas, engaños y malos modales. Llegó un día en que un camión pinchó un neumático y se llevó por delante a los dos. Entonces nadie lloró por ellos.

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Aquella tarde, papá, regresó a la tumba entristecido. Camuflado de vagabundo, hizo guardia cerca del portal de su casa.  Vio a su familia, un mes después del entierro. Aún seguían tristes. Sus esfuerzos eran en vano. Se coló por una puerta trasera del cementerio, antes de que cerraran. Comenzó a dudar si eligió bien. Abrió su ataúd. Del doble fondo sacó más pastillas y suero. Se estiró dentro. Su cómplice de la pala le encerró, colocó el tubo del aire y le enterró. Él solo deseaba no ser una carga. A oscuras se preguntaba: ¿Pero cuándo vendrá la condenada Parca?

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Y al otro lado de la ventana, nada de nada. Solo noche estrellada, adonde debo ir. Le pego dos golpes a la pecera. Abro la puerta. Escalo por la pared.  Saco la llave inglesa. Desatornillo el panel. Arreglo el empalme de unos cables.  Voy a por la llave pero volaba un par de metros atrás. Me estiro para cogerla. La pared me abandona. La cuerda de emergencia no la até bien. Ya no alcanzo ni la pared ni la llave. Me adentro en la noche. Me acuerdo de mi hijo. Me preguntaría porque en el espacio siempre es de noche.

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Y castiga sin postre al gigante. Así las gasta Doña Antonia cuando me porto mal. Me metió a la fuerza la cuchara en la boca a la vez que decía: “Esta por papá”. Yo respondí mordiéndole un dedo. Y ha sido benévola. Por lo que hice debería estar otros treinta años atado a esta silla. Espero que no esté tan enfadada como para no cambiarme los pañales.

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Yo la abrazaré bien fuerte y me la llevaré conmigo. Antes la veré con un collar rojo con el que estará preciosa. Se quedará escondida en el maletero del coche. El depósito está lleno.  Buscaré un lugar para que nadie nos pueda encontrar. Ya tendré preparada su cama, con vistas a la sierra. Llevo tiempo montando el plan y nadie lo sospecha. Creo que esta noche es la idónea. Antes también afilaré el cuchillo. No querría que me fallase en el momento clave.

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Jack y yo no solíamos hacerlo, así que estábamos alegres de apalizar a nuestros amigos al pádel. Más tarde fuimos a la sauna y al masaje. Comimos un espectacular almuerzo en el club de golf. Luego hierba y whisky.
Henry nos enseñó el nuevo aerocarrito. Su hijo era uno de esos voluntarios que viajan a la realidad para reparar alguna máquina. Tenía entendido que sus cerebros son transportados dentro de robots especializados en reparación. En el mundo virtual se dedicaba a diseñar nuevos prototipos que regalaba a Henry.
En una de las mesas de al lado me pareció oír una conversación sobre la Máquina. Algo filosófico sobre que si el hombre debería mandar al hombre. Sus dos compañeros asentían con la cabeza. Más tarde se fueron. Yo continuaba charlando con mis amigos. Vi andar al filósofo a lo lejos. Entonces fue cuando su imagen tembló y desapareció al instante siguiente. No había visto nunca algo así. No me parecía un mecánico como el hijo de Henry. Habría sido la Máquina. Ella decidía por nosotros. Para el bien mayor debía desconectar aquel cerebro. Celebré con la copa en alto un día más del gobierno de la Máquina.

martes, 19 de agosto de 2014

Relato de terror: Ratas

Una plaga de ratas enormes asolaba la ciudad. Nadie sabía de dónde surgieron pero atacaban los contenedores, se colaban dentro de bolsas de basura y llenaban de porquería las calles. Paseaba de camino a casa de madrugada cansado de trabajar. Pateaba algún papel o un envoltorio mientras atravesaba una solitaria calle. Las luces se apagaron. En casas y farolas no se veía ni una lucecita. No ayudaba la luna en cuarto menguante y escondida tras nubes. Algo se movió tras de mí. Supuse que era una de esas alimañas. Tenía miedo de andar hacía adelante. Con mi móvil pude alumbrar pobre y brevemente lo que había enfrente de mí. Fui andando con cautela. En cinco minutos o más alcanzaría mi portal. Pensé que no era normal el apagón; que quizá alguna maldita rata mordió algún cable y se me quedó en la cabeza una imagen de uno de esos bichos quemado y humeante.

Un coche apareció y con sus faros me cegó. Pude ver, cuando me acostumbré al golpe lumínico, que en la acera de enfrente paseaban alegremente unas seis o siete ratas. Las luces pasaron por mi lado como una estrella fugaz, marchándose hasta el final de la calle. Con mi móvil intenté alumbrar la otra orilla de la calle pero ya no vi nada. Iluminé tras de mí y me encontré con una. Me dio un escalofrío. No parecía asustada. Sus ojitos brillaban como perlas negras. Otra más pequeña apareció por su lado; olisqueando el suelo. Entonces empecé a alumbrar mi alrededor y descubrí que me estaban rodeando. Continué mi camino. Esta vez andaba más deprisa. Las farolas empezaron a parpadear. Quizás estuvieran restableciendo la electricidad. Escuchaba extraños soniditos de esas peludas por todas partes. Aprovechando un leve espacio de tiempo en que había luz, eché una mirada a mi espalda. Más de tres docenas de bichejos estaban en mi misma acera. Algunas me prestaban atención y otras solo olisqueaban. La luz se perdió de nuevo. Un bordillo que no había visto me hizo la zancadilla pero logré recuperar el equilibrio. Entonces anduve calle abajo. Me angustiaba saber que tenía tanto bicho atrás de mí. Mis manos iban por delante por si me caía o había algo delante. Me divertía pensar que andaba como un zombi. Con el pie encontré donde terminaba la calle y era la señal para girar a mi derecha. Continué por aquella calle pero me atropelló un coche aparcado. Me reí de lo estúpido que debía parecer. Un agudo chillido me espantó. Nunca oí gritar a una rata y ni siquiera sabía si era posible que proviniese de alguna de ellas. Fui rodeando el coche mientras lo palpaba. Caminé por la calzada, por donde me encontraría menos obstáculos. Si viniese algún coche, vería enseguida las luces. Algo pasó por mi derecha y luego algo que chilló; lo había pisado sin querer con mi pie izquierdo. Preferí no iluminar con el móvil; solo continué. Las farolas parpadearon de nuevo pero no quise mirar bajo mis pies. Vi por unos segundos que aquella calle no era la que debía haber girado. Era el callejón que había justo antes de llegar a mi calle. Un anuncio de un refresco me cerraba el paso.

Me di la vuelta para dar marcha atrás. Otro bordillo me trastabilló, di dos pasos rápidos pero acabé cayendo de lado. Me golpeé la cabeza contra el tapacubos de un neumático. Me quedé brevemente atontado. Algo se me subió a la pierna. Otra cosa se metió por la manga de mi sudadera. Me mordió a la altura del codo. Agité el brazo salvajemente mientras gritaba. La rata debió salir volando contra alguna pared o eso deseaba. Otra peluda me mordió bajo la lengüeta de la zapatilla. Otra me saltó al cuello pero no me hizo nada. Otra se me subió encima de mi paquete. Me puse en pie muy rápido. Un tumulto de ratas gemía. Corrí adonde creí que no había nada con lo que chocarme. Mientras galopaba agarré e iluminé con el móvil para poder orientarme de nuevo. Choqué contra alguien. Mientras caía de culo vi una silueta de un hombre robusto. La luna se dejó ver unos instantes. Los ojitos de las ratas brillaban mientras observaban con devoción a aquella sombra. Un quejido lejano de hombre me asustó. Diría que solté un taco.
—Esta vez no nos desterrareis tan fácilmente —dijo la voz de un joven que provenía de la oscura figura—. Os llevaré adonde he estado llorando todo este tiempo.

No podía parpadear. Me moví hacia atrás arrastrando mi trasero por el áspero asfalto. Lo sentí aun llevando tejanos. El oscuro hizo un gesto con su brazo derecho, como un guardia urbano dando paso. Entonces las ratas se abalanzaron sobre mí. Eran muchas. Me mordían, me rodeaban, me inundaban. Algunas eran muy grandes; notaba su peso cuando se movían sobre mi cuerpo. Rodé por el suelo, como el que está en llamas. Aun así volvían. Una me mordió en el labio, otra en la oreja, otra en la papada y una pretendía arrancarme el pulgar de la mano izquierda. Los tejanos me libraban de mordiscos en las piernas pero una peluda pequeña se coló por dentro. Me agité salvajemente pero regresaban sin remedio. Solo conseguía cansarme. Escuché más gritos lejanos de personas.

Me quedé bocabajo tapándome la cabeza con los brazos. Intenté recordar alguna oración aunque no había sido yo de ir mucho a la iglesia. La herida del labio era profunda. Me escocía y dolía bastante. Una luz parpadeó. Las ratas pararon momentáneamente. Las farolas se encendieron y permanecieron así. Los animalitos se marcharon apresuradamente, como si hubiesen recordado que debían hacer un recado. Me incorporé y miré a mi alrededor. No había ni una rata ni la sombra. Vi un rabo que se escondía debajo de un coche. La luz se apagó un instante y se volvió a encender. Me levanté adolorido, corrí tanto como podía, ni siquiera sabía que pudiera correr tanto, y llegué a mi calle.

Mientras corría me di cuenta que no escuchaba nada. Solo notaba el rápido latir de mi corazón y el hervor de las decenas de heridas. Un silencio reinaba en la calle como nunca había oído. Entonces un estruendo me hizo rotar el cuello. Un contenedor cayó de lado. Entre la penumbra salió un ejemplar enorme de rata dando una voltereta. Era tan grande como un pastor alemán, aunque más gorda y repugnante. Era gris oscura con algo de marrón. Se dio cuenta de mi presencia y se le erizó el lomo. Me fui a la acera contraria de donde ella estaba. La bestia clavó la mirada en mí y enseñaba la dentadura. Veía a lo lejos mi portal. La luz se fue. Oía como la panza de la gorda chocaba contra el suelo mientras me perseguía. No supe si fue mi imaginación o no pero diría que iban detrás algunas pequeñas peludas también. Alcancé la puerta. Busqué las llaves en el bolsillo. Las manos me temblaban. El llavero golpeaba la puerta mientras encauzaba la llave en el ojo de la cerradura. Estaban muy cerca. Di unas patadas al aire. Intercepté algo que se quejó. Sonreí por un instante. Abrí la puerta, solo lo justo, para que entrase de lado por el resquicio. Cerré y noté un gran alivio. Algo chocó por fuera y oí el ruido de unas uñitas rascando la madera. Las ratas gemían insatisfechas.

Me aseguré que no hubiese ninguna puerta ni ventana abiertas. Le di a un par de interruptores pero nada se encendía. Subí a mi cuarto, abrí el armario y saqué la ropa que mi brazo pudo abarcar. La eché sobre la cama. Entré en el armario, cerré la puerta y me senté en el suelo. Intenté recordar aquella oración. La recité mental y torpemente. La repetí unas cinco veces. Se me puso un nudo en la garganta y gimoteaba. Algo me incomodaba. Algo estaba fuera de lugar. Entonces alguien dijo:
—¿Es aquí donde vienes a llorar?

viernes, 21 de febrero de 2014

Minirelato: Curación

El extranjero posó sus largos y finos dedos en frente y sien del capitán. Entonces proyectó en su mente una serie de imágenes de varias zonas del planeta.

            —Aquello que enferma y no puede recuperarse por si mismo, pide ayuda, llama a un doctor. Yo soy el doctor—. El hombre vio ciudades repletas de gente, terremotos, erupciones de volcanes, grandes extensiones de bosques taladas… —Cuando llegué realicé mi diagnóstico. Pensé en reeducaros pero no vi futuro en ello. Así que decidí proceder a la desinfección total. ¿Responde eso a tu pregunta?

El visitante separó los dedos del militar. Este ya no vio más imágenes en su mente, volvió al desierto gris, salpicado de chatarra y muerte. Le llegaba aún el olor a pólvora. Echó la vista atrás, sin encontrar superviviente alguno. Alzó la vista, cruzó miradas con aquel ser que le hablaba con telepatía y asintió para responderle. El doctor dirigió la palma de su mano a la cabeza del arrodillado. Proyectó una luz azul que traspasó la cabeza rapada. El capitán cayó de lado y sin vida contra el cemento. El visitante pensó: ”Desinfección finalizada”.

Minirelato: No me dejan dormir

Soñaba con mi primo Pedro cuando le clavó una piedra afilada a un sapo y este se calló, pero los papas hablan muy fuerte y me han despertado. La voz de mamá es chillona y papá no habla tan fuerte pero da golpes a algo. Ahora se han callado pero mamá hace ruidos raros. Me bajo de la cama y voy a ver qué le pasa; si no mañana me dormiré en clase y la señu se enfadara.  

            —¿Por qué está papá durmiendo en el suelo?
            —¿Eh? Pues, hoy quiere dormir ahí.
            —Tiene la cabeza mojada y el suelo también.
            —No te preocupes, cariño. Vuelve a dormir.

Como ya no hay ruido me vuelvo a mi cuarto. En medio del pasillo escucho a mamá. Parece que llora. Me toman por tonto, a mí que ya llego al cajón de los cubiertos. Cuando estoy casi dormido oigo a mamá arrastrando algo. Como haría Pedro, le clavo un cuchillo por la espalda mientras llevaba a papá dormido por el pasillo. Mamá chilla y me mira. Se cae y queda dormida en el suelo. A ver si ahora puedo dormir.