jueves, 19 de julio de 2012

Relato: La carta en blanco

La habitación estaba llena de fantasmas de cigarros, y a Jorge no le salía cómo empezar su historia. Sentado delante de su escritorio y su antigua maquina de escribir, iba a escribir lo que seria algo crucial para su cliente. Su cenicero de cristal rebosaba de colillas y decidió vaciarlo en la papelera casi llena de papeles arrugados plagados de errores.
Lo que debía escribir podría ayudar a que su cliente quedara o no en la cárcel para siempre. El juez podría ver las cosas mas claras que oscuras con un buen escrito de él, pero no sabía como escribirlo.


Ser abogado comporta tener que defender a gente horrible, y lo que había hecho el “Pinchos” era muy difícil de defender. Entró en una joyería a punta de pistola, a plena luz del día, y pidió “amablemente” que le dieran la pasta. Había dos clientas más en la tienda y una cámara le enfocaba desde que entró. Dejó una mochila gris destrozada de marca ilegible encima del mostrador. La abrió. Les ordenó a sus esclavas que la llenaran de tesoros. Lo que no sabía era que otra dependienta estaba en el almacén cuando ocurrió todo. Tras escuchar los gritos del “Pinchos”, se quedó tras la puerta y llamó a la policía. Los azules le ordenaron salir desde sus megáfonos y rodearon la salida.




El “Pinchos” preguntó a las tres mujeres que quién había llamado a la policía. La dependienta sin querer miró a la puerta del almacén. Él agarró una clienta como rehén, con una mano tapándole la boca, para que no gritara como una histérica. Abrió la puerta del almacén y estaba a oscuras. Encendió la luz y buscó por dentro. Enseguida vio una mujer escondida detrás de una estantería con un móvil en la mano. Como a él no le gustaba nada la policía, no podía perdonarla por traerla aquí. Quería darles una lección. Levantó la mano con la muerte metálica en ella, apuntó y disparó. Cayó fulminada al suelo, la rehén gritaba enormemente y el “Pinchos” le apretaba aún más la boca para que callara.

Le llamaban el “Pinchos” porque si le preguntaban por los pinchazos de sus brazos decía que se chocó en el bosque con una de esas plantas verdes con pinchos. Era tan ignorante que no sabia ni siquiera que eso de lo que hablaba era un cactus, y que no suelen crecer en bosques.

Nada más salir, les gritó a las otras que les pasaría lo mismo si no hacían lo que él quería. En ese momento, se abalanzó un policía por su espalda que se escondió tras la puerta aprovechando que el atracador entró en el almacén. Consiguió quitarle la pistola, la rehén se le escapó y el “Pinchos” se quedó agachado sin saber que hacer. Se lo llevaron detenido, lo juzgaron más adelante y acabó en la cárcel.

Jorge tenía que pedirle al juez que no le cayera la perpetua a su cliente, pero realmente lo tenia muy difícil. Se levantó de la silla y abrió la ventana para airear el cuarto. Entonces vio unos chavales jugando a fútbol en un parque cercano. Pensó que la calle estaba mejor sin gente como el “Pinchos”. Pensó si realmente merecía su cliente una pena mas corta. Entonces lo que decidió fue que debía coger una chaqueta y salir a cenar por ahí. Si veía como estaba el mundo sin él, le ayudaría a decidir si escribir esa carta o no.