jueves, 25 de julio de 2013

Relato fantástico: Cambio de rumbo

Heiner tiró del abrefácil. Apareció un líquido previamente coloreado de amarillo. El lateral del plato de plástico estaba señalizado con las palabras: Sopa de pollo. Una cuchara se hundió en él. El líquido que capturó fue vertido en la boca del ingeniero.
            —¡JAX, noticias! —exclamó.
Sonó un doble sonido agudo en la sala de reuniones. En el centro de la mesa circular se reprodujo un holograma con el canal de noticias. El presentador vestido de traje gris hablaba sobre el descubrimiento de un nuevo mineral encontrado en una luna de Buorihen. Otra cucharada. Después hablaron de una investigación llevada a cabo por la Guardia Espacial sobre algo que denominaron "virus espacial". Fue descubierto tras la desaparición de varias naves de carga y una de la Guardia en el cuadrante B2 de Caul Segan. La cuchara permaneció llena a un dedo de la boca. El presentador hablaba de una nube verdosa que se expandía de forma alarmante. Contó que las autoridades recomendaban no circular por las inmediaciones.
            —¡JAX, llama al capitán!
Doble pitido. Heiner tragó lo de la cuchara. Se abrió un cubo holográfico en el aire. Apareció en él la cabeza del capitán. Aparentaba estar desnudo de cuello para abajo.
            —Heiner, ¿qué pasa? —dijo con desgana.
            —¡Capitán, tenemos que cambiar de rumbo! ¿Ha visto las noticias?
            —¿Qué dices? ¿Qué ha pasado?
            —¡Un virus espacial! ¡En nuestra ruta! ¡Venga a la sala a verlo en las noticias!
            —¡Joder! ¿Porque siempre gritas tanto? —Cerró los ojos con fuerza unos instantes—. Ahora bajo.
El cubo se dividió en pequeñísimos cubos hasta desaparecer todos por completo.

Una puerta de la sala se abrió automáticamente. Apareció el capitán bien uniformado. Se sentó enfrente de Heiner mientras este se acababa la sopa.
            —JAX, cerveza —pidió el capitán.
Doble pitido. El ingeniero subió las cejas y miró para un lado donde no había nadie. Los raíles del techo empezaron a moverse. El canal emitía un resumen de la carrera de ultramotos en Beiri.
            —¿Qué es eso del virus? —le preguntó al ingeniero.
            —En el cuadrante B2 de Caul Segan hay un virus. Desaparecen naves por allí. Han dicho que las autoridades recomiendan no pasar por allí.
            —Pero si apenas pasamos cerca... ¿Qué sabemos del virus? ¿Has llamado a Rose?
Un brazo mecánico entró en la sala. Descendió del techo depositando con suavidad y precisión en la mesa blanca una jarra de cerveza rubia delante del capitán.
            —No.
            —JAX, ordena a la doctora que se presente en la sala.
Bip, bip. El capitán pegó un trago.


Se abrió otra de las puertas. Entró la doctora ajustándose las gafas. Se acercó al capitán.
            —¿Sí, Tom?
            —¿Qué sabes sobre virus espaciales?
Rose se quedó extrañada. Miró un momento a Heiner.
            —No conozco nada sobre algo parecido.
            —Las noticias cuentan que hay un virus espacial en forma de nube verde en el que desaparecen naves. Vamos a pasar cerca de él —explicó el ingeniero.
            —No entiendo el problema. Esta nave es tan hermética como cualquier otra. No hay peligro de que entren virus. Supongo que si atravesamos ese virus y quedase impregnado en el exterior de la nave, las autoridades deberán confinarnos en cuarentena en la estación de destino.
            —¡No! ¿Más tiempo en esta lata? ¡Joder! —se quejó el capitán. Se acabó la jarra. Con la manga se secó el bigote.
            —¿Ha infectado a alguien ese virus?
            —No han dicho nada.
            —¿Entonces porqué lo llaman virus?
El cubo holográfico apareció. Esta vez era el piloto.
            —¡Capitán! Los sensores de la nave han enloquecido desde que atravesamos la nebulosa.
            —¿Nebulosa?
            —¡Sí, señor! Por las ventanas solo se puede ver una especie de humo verdoso.
Heiner se levantó del asiento. Pulsó un botón en la pared. Se abrió un ventanal. Desde allí solían ver negrura adornada con puntitos brillantes. En ese momento solo apreciaban un humo espeso verde oscuro. El cristal del exterior se estaba deteriorando. Perdía su transparencia y se veía en él manchas blancas. Se encendió en el techo una luz roja intermitente que bañaba por completo la sala blanca. Un pitido grave y molesto sonaba repetidamente. Por megafonía se pudo escuchar una voz robótica que decía:
            —¡Alerta! Fallo en la estructura de la nave. La integridad se ve afectada por un agente exterior.
            —¡Joder! ¿Qué pasa? ¡Johnson! ¡Cambio de rumbo! —le gritó a la cabeza holográfica.
            —¡Si, señor! ¿Coordenadas?
            —Dirección opuesta al cuadrante B2 de Caul Segan.
            —¿Coordenadas KH5, TY7?
            —¡Esas mismas! Pero rápido. ¡A toda velocidad!
            —¡Entendido, señor!
El joven piloto desapareció en múltiples cubitos.
            —JAX, obstruye las ventanas.
Bip, bip.
            —Esto no es un virus, es un gas corrosivo —contó Heiner mirando al exterior mientras se cerraba la compuerta.
            —Nos deshacemos como un efervescente en agua —dijo la doctora agarrándose los codos.

En la sala los minutos se alargaban. Todos esperaban que se apagara la alarma en cualquier momento. Extraños ruidos del exterior les inquietaban. Las paredes temblaban ligeramente debido a la alta velocidad. El pitido cesó. La luz roja se apagó.
            —La estructura está fuera de peligro —notificó JAX.
            —Solo faltaba esto; que me matase una nube —bufó y soltó aliviado el capitán.
            —¡JAX, realiza un informe de daños! ¡Mándamelo a mi pulsera! —gritó el ingeniero.
Bip, bip.
            —¿Vas a salir ahí fuera? —preguntó Rose.
            —¡Sí! Quiero comprobar cuanto antes que todo esté bien.
            —Pues abrígate. No vaya a ser que cojas un virus.
Rose sonrió. El capitán rió con fuerza. Heiner se quedó serio. Se marchó de la sala. Para él era muy pronto para bromear sobre el tema.

Una hora más tarde el capitán escudriñaba mapas estelares para encontrar un buen rumbo y que la entrega de la mercancía que transportaban no llegase demasiado tarde. Una luz roja e intermitente lo sobresaltó. Un pitido molesto le acompañaba.
            —¡Alerta! Fallo en la estructura de la nave —comentó JAX.
            —¿Otra vez? JAX, ponme con Johnson.
Bip, bip.
            —¡Capitán! —apareció una cabeza ante él.
            —¿Qué ocurre, Johnson?
            —La nube. Nos ha perseguido y nos alcanza.
            —¡¿Que nos persigue?! ¿Está seguro?
            —Los sensores no funcionan correctamente pero los datos indican eso; aunque sé que parece una locura...
Rose entró en la sala asustada.
            —¡Haga lo imposible por escapar de esta maldita nube!
            —¡Sí, señor!
La cabeza holográfica desapareció.
            —¿Ha vuelto el gas? —preguntó la doctora.
            —No sé ya si es gas, virus o pesadilla.
            —Heiner. ¡Aún está fuera!
El capitán la contempló. Pulsó un botón en la pared. Apareció la ventana y afuera la niebla verdosa. Tom y Rose se acercaron. Buscaban en el interior a su compañero.
            —JAX, contacta con Heiner.
Bip, Bip. Bip
            —El ingeniero Joseph Heiner no responde. No detecto su pulsera —dijo JAX.
La luz roja se apagó. El pitido también. La nube se diluía por momentos.  El piloto varió de nuevo el rumbo y parecía funcionar. Dejaron atrás a la pesadilla.


El capitán se acercó a la puerta exterior. Faltaba el traje espacial de Reiner. Se asomó al ventanuco y solo vio un trozo del cable de seguridad en el exterior. No había ni un trocito de Heiner ni de su traje. Tampoco había ni rastro de la maldita nube verde. Joseph Heiner solía hablar muy alto pero era el mejor ingeniero que el capitán había conocido.

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