sábado, 5 de febrero de 2011

Relato: La cabeza imantada

Mi cabeza ha recibido con el tiempo varios impactos de todo tipo. Pensando en todos los golpes que han caido en mi tejado, empecé a pensar si repercutió en algo. Alguna vez se me va un poco la cordura, pero siempre he sido así. No sé si es que tengo una cabeza grande, o quizás, un imán interno que atrae todo tipo de objetos voladores que se me acercan.

De pequeño, cuando tendría unos siete años y veraneaba en el pueblo de mis padres, me acerqué a unos chavales que jugaban en una pequeña calle. Tuve la mala suerte de acercarme a ellos cuando estaban peleando por algo que debió pasar segundos antes que yo llegara.

Uno de ellos, el más bestia, le lanzó una piedra al otro. La esquivó fácilmente porque vio como cogió la piedra enfadado y, al conocerlo, supuso rápido que se la lanzaría. Yo simplemente me acerqué a ellos con la mala suerte de estar detrás del objetivo del proyectil. Vi la piedra volando hacia mi ojo izquierdo y no pude moverme de la sorpresa. Aún tuve suerte de las gafas de cristal orgánico que me hicieron antes de ir de vacaciones y llevaba puestas. Ese tipo de material no se rompe, simplemente se raya. La piedra impactó en la parte inferior izquierda de mi lente izquierda. No me hizo daño, pero durante todo el verano fui con las gafas con rascadas blancas en la lente izquierda.

Debieron pasar uno o dos años más, cuando volví a recibir más golpes. Este golpe fue el que me hizo pensar que debía tener un imán en la cabeza. No fue un golpe doloroso, más bien molesto. En el recreo del colegio, estaba jugando con un amigo. No recuerdo porque no teníamos balón para jugar a fútbol y simplemente dábamos vueltas por el patio.

A mi amigo no se le ocurrió otra cosa que acercarse a unos niños pequeños, que llenaban bolsas de plástico con la arena del patio. Agarró una de esas bolsas, y comenzó a darle vueltas verticalmente. Le daba vueltas cada vez más fuerte, hasta que acabó soltándola a los cielos. La bolsa voló muy alto y, en principio iba a caer donde no había nadie. No sabría explicar como, pero la bolsa comenzó a caer hacía mí. En aquel momento, si que pude reaccionar. La miré y calcule que me caería justo encima de mí. Di un paso lateral hacía la derecha, pero incomprensiblemente, me cayó exactamente en el centro de la cabeza.

No fue doloroso pero la bolsa reventó y me llené de arena hasta por dentro del pantalón. Soy de los que les molesta bastante la arena que se te engancha al salir de la playa. Hubiera preferido un golpe, en vez de andar todo el día semienterrado con la arena del patio. Aún me preguntó como pude calcular tan mal la trayectoria de la bolsa.

Quizás fue antes o después de este golpe (no consigo recordarlo bien), pero me paso algo parecido ese mismo año. Esta vez me encontraba con el mismo amigo y con otro con gafas como yo. Estábamos jugando en una zona con árboles en un parque de la ciudad donde vivíamos. Estábamos en un lugar que parecía un bosque y olía a pino. El suelo estaba lleno de tierra y hojarasca. Al amigo que le gustaba tirar cosas al cielo, se encontró con una piedra en el suelo. Así que volvió a tirarla al cielo, pero esta vez gritó: “¡Cuidado!”. Esta vez calculé perfectamente su trayectoria y vi como, mágicamente, volvía a venir a mi cabeza. Iba a dar mi paso lateral para esquivarla, cuando al amigo de gafas no se le ocurre otra cosa que agarrarme por detrás e inmovilizarme. Intenté ir a un lado pero no tuve tiempo de reaccionar. La piedra, esta vez, no fue a las gafas y era grande. Me impactó en la parte izquierda de la cabeza y me salió un chichón bien hermoso.
   -¡¿Pero porque me coges, idiota?!- le grité enfadado y con la mano en mi cabeza a mi amigo de gafas.
   -Pensaba que te iba a dar y te cogí.- dijo el de gafas.
Le empuje con la otra mano con fuerza y me dirigí al otro. Me empezaba a doler la herida.
   -¿Tu estás tonto o qué? ¿Para que tiras una piedra al aire?- le pregunté al “tira-piedras”.
   -Yo que sé… -me contestó. Hubo un momento de silencio.-Perdona, tío -me dijo más tarde.Noté que me salía sangre y decidí irme a casa. Mi madre me echó bronca y me dijo que no juntara con ellos. Estuve un tiempo enfadado con ellos pero, más tarde, volvimos a ser amigos.

Años déspues, me di muchos más golpes. Algunos seguramente no los recuerdo ya. Estuve jugando de portero de fútbol sala, y me di bastantes con los postes metálicos de la portería. Otra vez recuerdo darme también un buen tozolón con un buzón metálico mal puesto en un portal. Hasta con una señal de tráfico por la calle. La de dinero que hubiera ganado si hubieran grabado todos esos golpes y los hubiera mandado a esos programas de la tele de videos domésticos. Espero no ir nunca a ninguna guerra, porque si mi cabeza esta realmente imantada, no aguantaría ni una semana.

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