Por fin salí del edificio del maldito trabajo. Los viernes siempre hay faena de última hora, pero hoy he salido antes. El sábado se casará mi primo y, como pariente, debía asistir. Tenía permiso del jefe para acabar antes de hora, ya que mi primo se casaba en su pueblo, y debía hacer un largo viaje para llegar a la celebración.
Fuera del edificio, andaba casi bailando. Estaba deseando acabar la semana de trabajo, ya que había sido horrible. Había dejado miles de problemas aplazados para preocuparme de ellos el lunes. Intenté silbar la canción que me vino a la cabeza, pero solo hice ruidos raros porque no sé. Llegué a mi coche, dejé la cartera junto a la maleta en el maletero, abrí la puerta del conductor y la luz del coche se encendió. Me senté, preparé la radio del coche con mi música y el GPS. Siempre se me dio bien entender los chismes electrónicos, así que ni siquiera me leí las instrucciones para hacer funcionar esa brújula electrónica. Le introduje los datos de la casa de mi tía. Comenzó a dar órdenes y a dibujarme flechitas.
Viajé durante horas por autopista. Vi como oscurecía y, ya casi de noche, paré a cenar en una gasolinera. Descanse un rato comiendo un bocadillo envuelto en aluminio que había preparado para el viaje. Evacué, reposté y continué. Me esperaba un viaje nocturno. Me gustaba porque había pocos coches. Podía haber ido con algunos familiares que salieron más pronto, pero usé el trabajo de excusa para viajar de noche.
Horas más tarde, la señorita del coche me ordenó que saliera de la autopista. Después de algunas rotondas, iba por una carretera general oscura entre montañas y bosques. Apenas transitaban coches y circulaba con las largas. No había luna, ni estrellas y las pocas luces que podía haber las tapaban los árboles. Continué por la serpiente gris de miles de curvas y rectas. Solo veía lo que me enseñaban mis luces. Loli, el nombre que le puse a la chica de la maquina, hacía tiempo que no me daba indicaciones. Traspasé un pueblecito con luces naranjas. No había nadie en las calles debido al frío y la noche. Empecé a notar el frío al ver los cristales empañados.
La calefacción no iba. Compré el coche de segunda mano hace tres meses, y no llegué a probarla porque no la necesité. Puede que no funcionara desde el principio. El coche iba estupendamente. Toqueteé los botones, pero no tenía ni idea de lo que hacía. Encendí el aire y en unos segundos me helé. Lo apagué enseguida e intenté recordar donde tenía el libro de instrucciones del cuadro. Debería estar en casa, donde no hacía frío. Notaba ya los dedos helados en el volante.
Decidí parar a un lado de la carretera en medio de un bosque. Dejé las luces encendidas, abrí la puerta y noté el birují. Fui al maletero, lo abrí, y busqué algo para el frío. Por suerte siempre llevó una chaquetilla para estos casos. Lo que me hubiera ido fenomenal serían un par de guantes, pero no se me ocurrió. Vi un par de calcetines que me podrían hacer el apaño. Era ridículo, pero aquel volante me quemaba de frío. Así que, con la chaquetilla y con un par de calcetines por mano, consideré que podía continuar. No pude evitar mirarme en el espejo para ver lo ridículo que estaba.
Me ajusté el cinturón y puse primera. Le di al acelerador y se me caló. Era la primera vez que me pasaba con este coche. Supuse que era por el frío. Apagué y volví a darle a la llave. No arrancaba. Lo intenté de nuevo y nada. Repetí y nada. Me puse serio, me quité los calcetines y probé de nuevo. No había manera de arrancar. Probé mil veces más y nada. Me esperé un rato mientras escuchaba mi canción favorita. Decidí que cuando acabara, probaría de nuevo. Nada.
Saqué mi móvil. Tenía la batería a la mitad y poca cobertura. Intenté llamar a mi primo, pero no daba línea. Llamé a emergencias y nada. Me quedé pensando mirando lo que mis luces me permitían ver desde donde me quedé. Me puse de nuevo los calcetines en la mano, y me aseguré que no había nada abierto para evitar el frío. Probé llamar de nuevo con los calcetines puestos y nada. Probé encender de nuevo el coche y nada. Solo tenía la luz de la Loli y la apagué. Me estiré atrás para intentar dormir. Mi familia estaría preocupada pero no podía hacer otra cosa.
El sol me despertó. Me incorporé y mi espalda me dolía. Miré mi móvil y seguía con escasa cobertura. Probé a encender de nuevo el coche. Nada. Probé de nuevo y el ruido me alegró. Pude continuar el camino y Loli me guió. Mas adelante, hizo más calorcillo y pude quitarme los calcetines. Llame mientras conducía a mis padres y mi primo. Estaban preocupados pero los calmé. Llegué justo para arreglarme y no me perdí la boda. Dejé antes el coche para que me lo revisaran. Me tuve que quedar el lunes en casa de mi tía. Le expliqué a mi jefe la situación y enfadado la entendió. El mecánico lo revisó y no vio nada del otro mundo. Me enseñó como iba la calefacción y un par de truquillos por si me vuelve a pasar lo del encendido. Volví a casa y el martes me esperaban los problemas del trabajo.
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