Son las ocho de la tarde de un domingo lluvioso. Harto de mantita, sofá y tele, me levanto a picar algo. Apago el televisor con rabia, como si el botón tuviera la culpa de mi aburrimiento.
Llego a la cocina y abro cajones porque sí. Ya sé lo que hay pero tengo la idiota esperanza de encontrar algo nuevo. Busco algo para picar pero no encuentro nada. Abro la nevera y me saluda su luz y frescor, como si fuera el amanecer o el ocaso. El lunes debería ir a comprar porque esta nevera da pena. Esta muy vacía. Cojo un pote de mayonesa y miro su fecha de caducidad. Aún esta bien, pero no se porque la compré si casi ni la uso. La dejo en su sitio y me llama la atención un envoltorio de queso rayado cerrado por una pinza de la ropa. Agarro el paquete con la mano izquierda y le saco la pinza con la otra. Me la pongo cómicamente en la parte de arriba de la oreja derecha. Cuando me empieza a hacer daño, me la quito enseguida. Con el dolor me doy cuenta que buscaba algo para picar y podía ser que lo tuviera en mi mano. Me quedo mirando el paquete de queso rayado, que lo suelo usar para echar sobre los macarrones, y me digo “¿por qué no?”.
Salgo de la cocina cogiendo puñados de queso rayado y metiéndolos en la boca. No están mal, pero crean una pasta que se pega en los dientes molestándome y cuesta de tragar. Me acercó a la ventana y veo como llueve. Aún llueve más que antes y me meto otro puñadito de queso para celebrarlo. Se me caen unas tiras de queso. Me agacho a recogerlas y las examino. Me doy cuentas que son rayitas como la lluvia. Recuerdo entonces como dibujaba la lluvia cuando era pequeño. Dibujaba una nube formada por tres elipses unidas por el centro y la lluvia caía de ella en forma de rayitas diagonales o verticales. La inclinación de las rayitas supongo que era debido a si era una lluvia normal (rayitas verticales) o una tormenta (rayitas diagonales debido al viento tormentoso).
Si estoy aburrido como para ponerme una pinza en la oreja, o para abrir cajones que ya se lo que hay dentro, lo estoy también para proponerme un plan muy absurdo que se me esta ocurriendo. Lamo un lateral de la rayita de queso y la pego en la ventana como si fuera dibujo de lluvia. No quedaba bien, así que empiezo a poner unos cuantos mas. Intento distribuirlo por distintas fases, como si la lluvia tuviese orden. En la calle sopla un viento débil y la lluvia cae algo ladeada. Las rayitas están a unos ochenta grados de inclinación para simular este efecto. Se me pasa por la cabeza que realmente esto que hago es una gran guarrería. Pensé que podría salir algo curioso, pero solo me ha quedado una ventana de queso. No ha quedado nada bonito.
A lo tonto, han pasado tres horas. El queso rayado me ha quitado el hambre. Veo un poco la tele y deja de llover agua. Ahora solo llueve queso, según mi ventana. Voy a dormir que mañana he de levantarme pronto para ir a trabajar.
A las siete y media de la mañana, un solazo enorme me ayuda a despertarme. Me lavo la cara, me afeito, desayuno y me visto. Cojo mi maletín y parto “veloz” a trabajar. El viento débil se había vuelto fuerte por la noche y se llevó su rebaño de ovejas voladoras a su corral. En el cielo quedó solitario el solazo.
A las siete llego a casa deseoso hace rato de “telesofamantear”. Hoy ha sido un día horrible en el trabajo y estoy cansadísimo. Además vengo de comprar. Cierro la puerta, dejo el maletín, guardo las cosas que he comprado de comer y picar, me pongo cómodo y voy al sofá. Con el mando de la tele me dispongo a encender la tele, cuando algo curioso me llama la atención. Con el aburrimiento de ayer, olvidé limpiar la ventana y el sol ha secado la lluvia quesera. El queso esta como gratinado y forma cristalitos de queso. ¡Que olor cuando estoy cerca de ella, por dios! Era una ventana de lluvia gratinada. Intento despegar uno pero es casi imposible. Con la uña consigo despegar uno menos pegado. Lo miro a trasluz y forma una especie de prisma, uno de esos que descompone la luz blanca en el arco iris. En la pared de enfrente se forma una especie de lluvia de arco iris debido a los reflejos del sol poniéndose a través de los quesos cristalinos. En cuanto veo esto, voy corriendo a mi cuarto a por la cámara de fotos. Echo cuatro fotos pero no se ve del todo bien los colorines. Sin quererlo, al final construí algo artístico.
Pienso que igual lo podría exponer en un museo de estos de arte moderno. Aunque, casi mejor, sacaré la ventana de su sitio y la limpiaré. Ahora es cuando me doy cuenta que la casa huele mucho a queso. Cuando entré, pensé que algún vecino cenaría macarrones. Voy a ver con que puedo limpiar esta ocurrencia mía. ¡Que malo es aburrirse!
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