Lo que debía escribir podría ayudar a que su cliente quedara o no en la cárcel para siempre. El juez podría ver las cosas mas claras que oscuras con un buen escrito de él, pero no sabía como escribirlo.
Ser abogado comporta tener que defender a gente horrible, y lo que había hecho el “Pinchos” era muy difícil de defender. Entró en una joyería a punta de pistola, a plena luz del día, y pidió “amablemente” que le dieran la pasta. Había dos clientas más en la tienda y una cámara le enfocaba desde que entró. Dejó una mochila gris destrozada de marca ilegible encima del mostrador. La abrió. Les ordenó a sus esclavas que la llenaran de tesoros. Lo que no sabía era que otra dependienta estaba en el almacén cuando ocurrió todo. Tras escuchar los gritos del “Pinchos”, se quedó tras la puerta y llamó a la policía. Los azules le ordenaron salir desde sus megáfonos y rodearon la salida.
El “Pinchos” preguntó a las
tres mujeres que quién había llamado a la policía. La dependienta sin querer miró
a la puerta del almacén. Él agarró una clienta como rehén, con una mano tapándole
la boca, para que no gritara como una histérica. Abrió la puerta del almacén y
estaba a oscuras. Encendió la luz y buscó por dentro. Enseguida vio una mujer
escondida detrás de una estantería con un móvil en la mano. Como a él no le
gustaba nada la policía, no podía perdonarla por traerla aquí. Quería darles una lección. Levantó la mano
con la muerte metálica en ella, apuntó y disparó. Cayó fulminada al suelo, la
rehén gritaba enormemente y el “Pinchos” le apretaba aún más la boca para que
callara.
Le llamaban el “Pinchos”
porque si le preguntaban por los pinchazos de sus brazos decía que se chocó en
el bosque con una de esas plantas verdes con pinchos. Era tan ignorante que no
sabia ni siquiera que eso de lo que hablaba era un cactus, y que no suelen crecer en bosques.
Nada más salir, les gritó a
las otras que les pasaría lo mismo si no hacían lo que él quería. En ese
momento, se abalanzó un policía por su espalda que se escondió tras la puerta
aprovechando que el atracador entró en el almacén. Consiguió quitarle la pistola, la rehén
se le escapó y el “Pinchos” se quedó agachado sin saber que hacer. Se lo
llevaron detenido, lo juzgaron más adelante y acabó en la cárcel.
Jorge tenía que pedirle al
juez que no le cayera la perpetua a su cliente, pero realmente lo tenia muy difícil. Se levantó
de la silla y abrió la ventana para airear el cuarto. Entonces vio unos
chavales jugando a fútbol en un parque cercano. Pensó que la calle estaba mejor
sin gente como el “Pinchos”. Pensó si realmente merecía su cliente una pena mas
corta. Entonces lo que decidió fue que debía coger una chaqueta y salir a cenar
por ahí. Si veía como estaba el mundo sin él, le ayudaría a decidir si escribir
esa carta o no.
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