viernes, 2 de diciembre de 2011

Relato fantástico: La prueba

Kiiplo debía reconocer que estaba perdido en aquel monte. El nombre de su padre pesaba demasiado; todos esperaban que volviese con las tres presas en menos de un día. Otros jóvenes tardaban más de cinco días en superar la prueba.

En la lengua de los crombels su nombre significaba “Flecha poderosa”. De muy pequeño ya apuntaba maneras con el arco, pero en verdad era gracias al entrenamiento con su padre, un gran cazador cuya fama sobrepasaba su pequeño poblado. Era conocido sobre todo por acabar con una enorme bestia que habitó los bosques de Nagoh.

Y allí era donde estaba Kiiplo. Mientras buscaba algún árbol o roca que le sirviese de ayuda para referenciarse, intentaba recordar las enseñanzas de su padre. Su arco de madera y su carcaj lleno de flechas no servían de nada ante la falta de presas. Debía encontrar la zona por la que habitaban los norios. Esos peludos y rudos saltarines son difíciles de encontrar. Son fieros en las distancias cortas; sus dientes producen graves heridas. El joven crombel podría con ellos con facilidad desde lejos con sus flechas certeras y mortales. Para ello llevaba entrenándose mucho tiempo atrás.


Una roca puntiaguda le recordó por donde encontrar un área recomendada por su padre. Continuó un camino que le conducía a una pequeña colina. En aquellos montículos de alrededor los norios solían cavar sus madrigueras. Examinó la zona con detalle pero no encontró ninguna. Su padre habría encontrado más de una, pero no le podía ayudar. Para ser aceptado por su clan debía superarla solo. No podía volver sin traer los tres norios.

Recogió un buen puñado de frutos rojos. Los colocó en un montón en un claro del bosque. Trepó por el árbol más grande y frondoso. Enroscó sus largas piernas por una gruesa rama. Quedó colgando bocarriba con su coleta oscura balanceándose y con sus manos libres para utilizar el arco. Las hojas verdosas camuflaban su piel azul-verdosa. Solo le quedaba esperar que un norio oliese aquel manjar.

Era mediodía y a Kiiplo se le cansaban las piernas. Ni un solo animal apareció por allí. Ni los pájaros ni insectos revoloteaban por aquella colina. Esto inquietaba al joven. Se incorporó y se sentó en la rama. Trepó hasta el punto más alto y oteó el horizonte. Jamás vio el bosque tan vacío. Después de observar con atención, vio unos pajarillos revolotear hacía el sur. Pensó que algo les atraía hacía una lejana montaña del sur. Aquellos pajarillos eran manjares para los norios, así que por allí supuso que deberían estar.

En cuatro saltos bajó hasta el suelo de tierra. Al dar un par de pasos, un rugido grave a sus espaldas erizó su piel. Su instinto le obligó a ocultarse tras el tronco del árbol más cercano. Oía el fuerte respirar de algo desconocido. Se asomó y encontró una enorme bestia de color rojo oscuro. Con su enorme hocico olisqueaba en el aire el rastro de presas. El crombel entendió el porqué de la soledad del bosque. Aún estaba lejos. Si estaba buscando los norios necesitaba llegar antes que él. Trepó de nuevo el árbol hasta la rama más alta. De allí saltó de rama en rama por diferentes árboles del bosque en dirección al sur. “Aquella bestia no podrá seguir mi rastro por los árboles”, supuso Kiiplo.

El joven cazador paró en una rama para recuperar fuerzas. Se encontraba cerca de la montaña del sur que oteó a lo lejos. Por allí escuchaba los cantos de pajarillos y no rugidos ni fuertes respiraciones. Un norio pasó corriendo por el suelo. Por fin los había encontrado. Fue de rama en rama, persiguiéndolo por las alturas. Aquel animalillo corría desesperado. Otro norio más pequeño apareció por su izquierda. Los dos iban hacía la profundidad del bosque, donde quizás podrían refugiarse. Detrás del joven saltarín volvió a escuchar respiraciones fuertes. Esta vez las escuchaba a su misma altura. Se detuvo, miró atrás y le asustó ver a la bestia saltando por las ramas como lo hacía él. Las ramas se doblaban mucho soportándolo pero aguantaban. Kiiplo continuó por las ramas siguiendo el rastro de los norios. No estaba seguro si aquella bestia le atacaría, pero seguro que los norios huían de él. El crombel solo veía una solución. Debía cazarlos antes que él.

Se paró, agarró una flecha de su carcaj, tensó el arco y apuntó. La bestia roja resollaba tres árboles atrás. El crombel calculó la rama donde aterrizaría y lanzó su proyectil. Se clavó en su lomo. Lanzó un leve rugido, una de sus cuatro patas se apoyó donde no debía y cayó al suelo. Un ruido seco se escuchó cuando impactó contra el suelo. El joven aprovechó esta ventaja y continuó tras los norios. Entonces algo se agarró a su pierna. Era fino, fuerte y pringoso. Le estiró hacía atrás y lo desestabilizó. Mientras caía del árbol, vio que lo que le agarraba era la larga y fina lengua de la bestia tumbada. Cayó bocabajo haciéndose daño en el brazo izquierdo. En el suelo desenvainó un pequeño cuchillo de caza de su cinturón y cortó con destreza aquella cadena de carne. Esta vez sí que rugió de dolor mientras recogía su lengua en la boca y esparcía sangre purpura alrededor. Kiiplo se levantó, cargó de nuevo su arco y disparó. Iba a su cabeza pero el deslenguado la bajó y se clavó en un lateral de la espalda. El monstruo embistió contra él golpeándolo con su dura cabeza de escamas. No pudo esquivarlo y fue lanzado contra un tronco.  El arco voló hacia el otro lado. Se quedó sentado, apoyado en el tronco, y la bestia se giró hacia él. Embistió de nuevo y el crombel no tuvo más remedio. Le miró con el ceño fruncido y con los ojos en blanco. Pronunció una antigua oración crombel a la vez que la bestia corría hacia él. Sus ojos se volvieron también blancos y comenzó a desacelerar. Sus músculos se volvían más tensos y, poco a poco, se quedaba quieto. A poca distancia del joven se quedó paralizado. Kiiplo continuaba con la oración y los ojos en blanco. El rojo animal cayó a un costado temblando e impedido. El crombel se levantó, empuñó su cuchillo y le rebanó la garganta. No tardó en morir. Acabó de separarle la cabeza del cuerpo. El joven pensó que la cabeza de aquella bestia valía mucho más que tres norios, así que se olvidó de ellos y volvió al poblado con ella arrastras. A la vuelta se preguntaba si era una bestia como ésta la que cazó su padre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario